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¿Todo el mundo puede ser feliz?

Todos queremos ser más felices, pero parece misión imposible. Los medios nos bombardean con el imperativo de que quien no es feliz no ha aprovechado su vida ni la ha sabido aprovechar.

Conseguir la felicidad no es fácil, por mucho que la industria del positivismo excesivo diga lo contrario. No obstante, esto no quiere decir que no se pueda alcanzar, aunque claro está se requerirá de cierto esfuerzo.

¿Se puede entrenar la felicidad? Esta es la cuestión a la que vamos a dar respuesta a continuación. ¡Descubre si es posible entrenarse para ser más feliz!

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¿Se puede entrenar la felicidad?

Todo el mundo quiere ser feliz, una obviedad. El ciudadano promedio aspira a tener una vida plena, satisfecho y lleno de felicidad. No conseguirlo es interpretado como un fracaso, una vida desperdiciada, una experiencia no lograda. Por ese motivo hay una verdadera industria de la felicidad a base de psicología barata, libros de autoayuda y cursillos que ayudan a aligerar la tarjeta de crédito que aseguran que es posible ser feliz con su método, sea cual sea. ¿Tienen razón? ¿Se puede entrenar la felicidad?

Poder entrenar la felicidad se puede, ahora bien, la forma no es sencilla ni rápida. Porque, en efecto, en materia de cambio, en esa búsqueda hacia el pleno bienestar psicológico y la auténtica plenitud, nada es ni fácil ni rápido. Se puede ser feliz al momento, pero no permanentemente pues al fin y al cabo los seres humanos no dejamos de ser montañas rusas de emociones. ¡Y menos mal! pues de no ser así difícilmente nos podríamos adaptar adecuadamente a las demandas de nuestro medio.

Entrenarnos para ser más felices va a costar lo suyo. Por mucho que la llamada “industria de la felicidad” quiera convencernos de que la felicidad plena está al alcance de nuestra mano, esto no es así. No existe una fórmula sencilla para ser más alegre y optimista, sino todo un conjunto de estrategias y de actitudes hacia la vida para cambiar nuestra forma de interpretarla y de recibir los duros reveses que a veces nos da.

Nuestro propio cerebro no nos lo pone fácil tampoco. Lo vamos a decir de una forma muy simplista aunque bastante explicativa: a nuestro cerebro le importa poco que seamos felices. En realidad, lo único que le importa es que sobrevivamos y, por ello, da más valor a los miedos y a aquellos mecanismos que nos sitúen en la zona de confort. Se fija más en lo negativo para evitarlo que no en lo positivo para seguir haciéndolo, y le cuesta el cambio, aunque sea para mejor.

No obstante, que el órgano donde se asienta nuestra conducta sea resistente al cambio no significa que no pueda hacerlo. Los humanos hemos ido haciendo importantes avances a lo largo de nuestra historia evolutiva cambios que nos han ayudado a adaptarnos mejor a entornos complejos. Estos cambios no hubieran sido posibles sin salir de la zona de confort y atreverse a vivir mejor. Esto es extrapolable a la psicoterapia, que ha demostrado que los cambios hacia el equilibrio y la sanación son posibles, pero primero se necesita el compromiso auténtico y esfuerzo activo del paciente para lograrlo.

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Entrenándonos para ser más felices

Hay pequeñas cosas que nos pueden aportar un poco de satisfacción. Hábitos que si bien no nos van a aportar felicidad plena nos ayudan a evitar estar justo en el polo opuesto, es decir, la amargura, la insatisfacción y el tormento. Algunas acciones como tener una mejor alimentación, ser más activo, hacer deporte y otros hábitos saludables pueden hacer que nuestra mente sea más optimista y alegre.

Todo lo que hemos comentado pueden ayudarnos a estar más satisfechos con la vida, pero no necesariamente se traduce en ser feliz. De hecho, la felicidad tiene más que ver con la forma en cómo nos enfrentamos a la vida y la valoramos que no a lo que ya tenemos. Desde luego, que no nos falte de nada nos ayudará a no estar tristes, pero si tenemos serios problemas para gestionar las adversidades de la vida, nos estresamos con facilidad y tenemos malas relaciones con nuestro entorno social, felices no vamos a estar.

Como decía el psicólogo húngaroestadounidense Mihaly Csikszentmihalyi (1934-2021), para alcanzar una vida feliz no sirven las recetas fáciles. La felicidad es un camino, un proceso individual donde cada uno debe invertir esfuerzos siendo creativo y original para ver qué es lo que mejor le ayuda. Pero, aunque ese camino hacia la felicidad es diferente para cada uno, esto no quiere decir que no existan algunas pautas generales para entrenar nuestro cerebro para alcanzarla. Veamos unos cuantos.

1. Entrenar la mente en el positivismo realista

Las neurociencias evidencian que los pensamientos son el mero producto de la actividad cerebral. Son el resultado de la activación de conexiones eléctricas. Algo similar ocurre en el sentido inverso, siendo los pensamientos que pueden llegar a cambiar la forma en cómo está configurado el cerebro, generando nuevas conexiones e incluso moldeándolo.

Pensar en negativo de forma repetitiva e, incluso, obsesiva, afecta a nuestro desempeño. El negativismo agota nuestro cerebro, algo que se ha visto en neuroimagen en forma de una menor actividad en la zona prefrontal. El resultado de esto es una dificultad en la búsqueda y hallazgo de soluciones a los problemas de la vida, algo que nos frustra y estresa, emociones negativas que alimentan los pensamientos negativos. Se genera un ciclo de pensamiento negativo y disfuncional.

Si queremos ser felices, tenemos que cambiar este patrón de pensamiento. Una clave para ello es hacer un esfuerzo consciente y constante, tratando de tener un mayor control sobre este tipo de procesos mentales. Ya advertimos que es difícil, que cuesta, pero controlar lo que pensamos y dejar de mirar la vida bajo una óptica tan negativa es ganar en salud mental. Cada cosa que decimos y pensamos importa.

Debemos detener los pensamientos negativos y aplicar el positivismo realista. El objetivo es reflexionar sobre nuestro pensamiento, ser menos rígido con lo que nos rodea y tratar de verle lo positivo a la vida. Hay cosas que, por muy pequeñas que nos puedan parecer, nos pueden alegrar el día de una u otra forma. Su poder es acumulativo y si conseguimos que se convierta en un hábito llegará el día en el que seamos felices por inercia.

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2. Plantearse metas con regularidad

Una de las situaciones en las que más felicidad podemos sentir es cuando conseguimos cumplir con un propósito que nos hemos propuesto. A nivel cerebral la consecución de una meta se traduce en aumento de dopamina, de serotonina, nuestro cerebro se baña en neurotransmisores que nos traen felicidad y satisfacción. No todas las metas son igual: las hay que se cumplen a largo plazo, mientras que otras se pueden conseguir a lo largo del día. En función de cuán ambiciosas sean, mayor o menor será la satisfacción que nos den.

Una buena forma de ser más felices es, precisamente, ponerse metas con cierta regularidad, preferiblemente cada día. Aunque recomendable, también se debe ir con cuidado con este tipo de metas, pues deben ser asequibles, realizables en un lapso de 24 horas. Si nos proponemos proyectos demasiado ambiciosos a cumplir cada día, hay muchas posibilidades de que no los cumplamos y, como consecuencia de ello, nos sentiremos decepcionados con nosotros mismos, justo lo contrario a lo que queremos.

Cada uno debe conocerse y ser consciente de cuáles son sus límites y capacidades, planteándose metas acorde con ellos. Esto no quiere decir que nuestros límites y capacidades sean inmutables, pero sí que no podemos abarcar más de lo que de momento somos capaces. Si nos proponemos metas diarias, que estas sean asequibles, sencillas de cumplir o que sean pequeños pasos que nos lleven a un objetivo más ambicioso a largo plazo.

Sea lo que sea lo que queramos cumplir, propongámonos metas. No hacerlo, no tener metas ni objetivos en la vida nos deja suspendidos en un vacío existencial, un abismo en el que nos preguntamos cuál es el valor de nuestras vidas y para qué servimos. El no tener nada que hacer ni cumplirlo nos puede sumir en pensamientos nihilistas que pueden ser caldo de cultivo para que en un tiempo surja no solo infelicidad, sino también trastornos del estado de ánimo como la ansiedad y la depresión.

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3. Construir la autoestima

Como hemos comentado antes, no se puede ser feliz cada día. Una cosa es que consideremos que nuestras vidas son felices en general y otra muy distinta es que cada día estemos inmersos en la más absoluta y rotunda alegría. Somos humanos y vivimos altibajos. Es imposible mantener siempre ese estado mental, emocional y actitudinal cada instante porque de una u otra forma nos van a pasar cosas, aunque es nuestra responsabilidad la forma en que nos afectan.

Hay algo mucho más importante que ser feliz: estar bien con uno mismo. La falta de autoestima no solo nos impide ser felices, sino que además afecta negativamente a un sinfín de áreas que componen nuestra vida. La insatisfacción con uno mismo se evidencia en nuestros estudios, trabajo, con la familia, con los amigos… no nos vemos capaces, nos frustramos por cómo somos y no respondemos de forma adaptativa a las adversidades de la vida.

Dentro de la autoestima se encuentran el autorrespeto y la valoración de uno mismo, aspectos fundamentales en la vida de toda persona. También está dentro de ella valorar las cosas positivas que hemos conseguido e identificar las negativas para superarlas o mejorarlas, siendo este punto el más importante a tener en cuenta para mejorar la autoestima. Si nos motivamos para conseguir llevar adelante nuestros objetivos vitales y mejoramos aquello que nos falta, conseguiremos incrementar nuestra autoestima y seremos más felices.

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4. Practicar la gratitud

El poder de la gratitud es enorme, lo cual hace que sea más sorprendente el hecho de que nos olvidemos de dar gracias por todo lo que la vida nos da. Olvidar agradecer no nos permite apreciar y valorar lo que tenemos, lo que hemos vivido, lo que somos. Cosas que damos por sentado como tener una casa, poder comprar comida o tener un empleo son algo que otras personas desean tener con todas sus fuerzas.

Es por esto muy recomendable dar gracias cada noche a algo, agradecer el hecho de que dispongamos de un mínimo de 3 cosas importantes para nuestras vidas. Este pequeño gesto, este pequeño hábito diario puede incrementar nuestros niveles de felicidad en cuestión de pocas semanas, haciendonos ver lo mucho que tenemos en comparación con personas menos agraciadas.

5. Analizar y cuestionar las quejas

Se dice que las personas que no se quejan son más felices. Quejarse puede ser agotador y lo único que nos hace es ver las cosas bajo una perspectiva más negativa. Lo ideal es saber valorar todo lo bueno que tenemos en nuestras vidas, ser agradecidos con ello y no quejarse tanto.

No obstante, a veces es inevitable que nos quejemos, ya sea por costumbre o porque no hemos pensado en evitarlo. Si se nos ha escapado una queja, lo mejor que podemos hacer es analizarla. Observemos nuestras quejas, veamos en qué se sustentan y qué argumento usan para hacernos ver lo muy desdichados que creemos que somos. ¿Cómo nos hacen sentir? Hagamos una lista con esos pensamientos y empecemos a cuestionarlos.

De conseguirlo, cada vez que se nos escape una de esas malintencionadas quejas, de inmediato sabremos sacarle un contraargumento, algo que las deslegitime. Y llegará un momento en el que directamente no se atreverán a salir a la luz, porque uno difícilmente puede quejarse de aquello por lo que ya se siente feliz.

6. Dejar de lado los resentimientos

Algo fundamental a la hora de ser feliz es dejar de lado los resentimientos. La envidia, los rencores, las discusiones del pasado… las emociones asociadas nos hieren, más de lo que lo hicieron las personas con las que tenemos estas malas experiencias. Es algo difícil ciertamente, pero de conseguirlo seremos más felices y es un paso que no puede faltar en nuestro camino entrenando la felicidad.

7. Ser amable con los demás

La felicidad se entrena entrenando primero la amabilidad. No nos cuesta nada ser amables, agradables y simpáticos con las personas de nuestro alrededor, tanto familia como los conocidos con los que nos podamos cruzar por la calle. Unas buenas palabras contribuyen a que el planeta sea un lugar mejor, hazlo sin esperar nada a cambio.

Tratando mejor a los demás nos ayuda a ser más felices en tanto que a los demás les costará más decirnos algo feo. Si estamos bien con los demás, los demás estarán bien con nosotros y, por lo tanto, más difícil será que haya malos roces con nuestro círculo social. Menos conflicto es equivalente a más felicidad, por eso hay que entrenar la amabilidad.

8. Mindfulness

Un clásico cuando se habla de felicidad es el Mindfulness. Si bien tiene sus críticas, esta técnica puede resultar útil a algunas personas. No es más que trabajar para ser capaces de prestar atención al presente y evitar que nuestra mente divague por caminos oscuros, alimentando pensamientos, recuerdos y escenarios hipotéticos muy negativos. El diálogo interno es útil para planificar nuestras vidas, pero cuando este se vuelve tóxico nos atrapa en una vorágine de malas emociones y pensamientos dañinos.

Lo que el Mindfulness pretende es controlar la atención de nuestra mente. El objetivo es ser capaces de decirnos “ahora mismo estoy haciendo o pensando algo que no me sienta bien”, dejar de prestarle atención y focalizarla en algo más positivo como puede ser el paisaje, un cuadro en la habitación, la música que estamos escuchando o el roce de la ropa con nuestra piel.

Conclusión

Como hemos podido ver, sí se puede entrenar la felicidad, pero no es un proceso sencillo ni rápido. Es una mezcla de buenas actitudes hacia la vida, la inversión de esfuerzo y conocerse a uno mismo, además de respetarse a uno mismo y valorar lo que uno ya tiene. También es la capacidad de ponerse metas realistas e ir cumpliéndolas lo que nos acerca a la felicidad, tanto por sentir uno que le da valor a su vida como al conseguir alcanzar estas metas y sentir el chute de dopamina y serotonina que trae consigo su consecución.

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