Lo cierto es que no es felicidad lo que buscamos. Y es una lástima, porque toda la sociedad está volcada en ello, en una especie de búsqueda frenética de un estado que pocos conocen.
Pese a lo mucho que se habla de ella, muy pocas personas la alcanzan, y esas pocas, acaban perdiéndola. Y eso se debe a que existe una fuente de bienestar mucho más duradera y estable.
Pero antes de conocerla, veamos qué tenían que contarnos sobre ello los antiguos griegos.
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Las facetas de la felicidad y el florecimiento humano
Para los habitantes de la Antigua Grecia, la Felicidad (“Hedonia”) era un camino, pero no el mejor, en una época en la que era más importante lo social para la supervivencia de las ciudades-estado.
Pensaban que perseguir la felicidad personal era algo secundario, infantil, sin mucho sentido. Tal vez sea porque sentirse bien era sólo parte del camino, una parte del proceso previa antes de hacer lo que tienes que hacer. Sabían mejor que nosotros que perseguir la felicidad personal es un proceso egoísta que al final te deja vacío/a.
Contra ello, oponían la “Eudaimonia”, que vendría a ser el desarrollo o florecimiento humano, el sentirse bien y hacer el bien, la búsqueda de dirección y sentido en la vida. El formar parte de un contexto más grande (se tengan o no creencias religiosas). Estamos hablando de crear una vida acorde a nuestra naturaleza personal dentro de un contexto social.
Volviendo a nuestra época, nos encontramos con un cada vez mayor vacío existencial: estamos descubriendo que todas las fórmulas que nos han vendido desde la publicidad no funcionan. Nuestra vida no es más plena por consumir todo aquello que nos ponen delante.
Como dato curioso, se ha descubierto que la felicidad o la falta de ella no es un buen predictor para el suicido. Pero la sensación de vida vacía y sin sentido sí que lo es.
Necesitamos una sensación de sentido, algo que responda a la eterna pregunta de “Por qué” que tan a menudo nos asalta.
Y aquí es donde comienza nuestro viaje de búsqueda, tal vez el viaje más importante de nuestra vida, un viaje que se sabe dónde comienza, pero no dónde termina, un viaje tan apto para personas religiosas como para personas ateas.
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El viaje del autodescubrimiento
No nos dejemos engañar: el viaje de autodescubrimiento y de búsqueda de sentido es agradable, no tiene por qué ser doloroso.
Y, nos guste o no, la respuesta pasa por desarrollar lo mejor de nosotros/as de acuerdo a nuestros principios más profundos, el encontrar el auténtico sentido de nuestra vida.
Y es aquí precisamente donde muchos “mercaderes de sentido” hacen su negocio y nos ofrecen su fórmula magistral. Pero sigue sin funcionar. Porque nadie sabe por qué cada persona tiene necesidades y talentos diferentes: algunos hablan de “Dios” y otros hablan de “Lotería cósmica”.
Porque lo que de verdad funciona es un proceso controlado por la propia persona, en el que vaya descubriendo cuáles son sus auténticos valores, sus talentos y dones, qué es lo que le hace sentir pleno/a. Y poco a poco, con la mirada también puesta en el mundo real, ir materializando esa visión. Así, se desarrolla una sensación de “sentido” o “misión vital”.
Lo sorprendente es que cuando las personas encuentran su “misión vital”, siempre dicen algo parecido a “en el fondo ya lo sabía”.
Y esto está al alcance de cualquier persona que quiera hacerlo: existen metodologías accesibles y controladas. Es cuestión de cada cual el encontrarlas.
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No hay rutas ya trazadas
De entrada, siempre es saludable desconfiar de todas esas personas que nos dicen que saben lo que necesitamos, que tienen la respuesta a nuestra gran pregunta vital. Y eso se debe a que es algo personal y único. Cada persona es una combinación única de talentos, valores y necesidades y tiene que encontrar la respuesta por sí mismo/a.
Y el bienestar vital juega un papel en este proceso, un papel preliminar: se puede aprender a vivir con bienestar, pero como algo previo a hacer nuestra aportación al mundo.
Esa es la clave de una vida con sentido y propósito, una vida que merezca la pena ser vivida. Y es lo que tanto se echa de menos en nuestra sociedad.
Tal vez ese sea el auténtico desafío de nuestra época.