La creencia de que el ser humano es un “animal racional”, con la capacidad de guiarse a través de la lógica y la razón, lleva muchos siglos en nuestra manera de vernos a nosotros mismos, de interpretar nuestras acciones.
Durante mucho tiempo, ha sido una idea usada para establecer una línea divisoria clara entre nosotros y el resto de miembros el reino animal: nosotros podemos vivir a través de la toma de decisiones racionales, mientras que “ellos” solo pueden repetir una y otra vez las acciones dictadas por sus instintos y sus impulsos, de manera predecible y sin tener ningún tipo de visión a largo plazo.
Sin embargo, nada de eso es cierto; los seres humanos estamos muy ligados a las emociones y las pasiones, no somos ni podemos llegar a ser organismos puramente racionales. Es más, muchas veces caemos, sin darnos cuenta, en aprovechar nuestro intelecto para disfrazar con apariencia de racionalidad las decisiones que ya hemos tomado basándonos en sentimientos y deseos. Y los pensamientos trampa son un perfecto ejemplo de eso, de cómo podemos crear ideas específicamente para no sentirnos mal por ceder ante un impulso cortoplacista. Veamos cómo ocurre esta clase de fenómenos y qué podemos hacer para reducir su influencia negativa en nuestras vidas.
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Qué son los pensamientos trampa y cuáles son sus características
Tal y como hemos empezado a ver en los párrafos anteriores, no estamos hechos para que los razonamientos basados en la lógica gobiernen todo lo que hacemos: así es como funcionan los ordenadores, no los seres humanos. Para bien y para mal, nuestro lado emocional está siempre mezclado con los procesos psicológicos que nos llevan a pensar y a tomar decisiones. De hecho, gracias a este disponemos de motivación para hacerlo.
Pero una de las implicaciones de esto es que muchas veces tomamos decisiones que no nos convienen atendiendo tan solo a lo que nos apetece en el aquí y ahora, y tan solo usamos nuestra capacidad para razonar como una manea de legitimar esos comportamientos demasiado impulsivos o poco ajustados a lo que nos conviene de verdad.
Este es un fenómeno que ya conocemos desde hace mucho tiempo: hace más de un siglo, figuras del psicoanálisis como Ernest Jones y Sigmund Freud lo llamaron racionalización, y años más tarde, desde la psicología cognitiva se explicó a través de los sesgos y los heurísticos: creamos ideas aparentemente sólidas para esconder decisiones apresuradas, una manera de no centrar nuestra atención en las verdaderas motivaciones que nos llevan a hacer ciertas acciones, o a pensar y sentir como lo hacemos.
Como estas pseudo-argumentaciones aportan una explicación aceptable (aunque muy débil) acerca de nuestra manera de ser y de comportarnos, no sentimos la necesidad de cuestionarnos aquello que hacemos, y podemos seguir repitiendo una y otra vez decisiones que nos perjudican.
Eso son, precisamente, los pensamientos trampa: cadenas de ideas que se parecen a una argumentación acerca de por qué deberíamos hacer algo, que en realidad son excusas que nos ponemos a nosotros mismos y nos ayudan a caer en algo que nos tienta, algo en lo que estamos predispuestos a caer por costumbre, porque nos aporta placer instantáneo o porque nos permite evitar un malestar a corto plazo (aunque nos pueda generar más malestar a largo plazo).
Así, los pensamientos trampa son una constante en cualquier persona que esté intentando dejar atrás hábitos (como consumir una droga o dejar de comer tanto) o maneras de pensar que no le convienen, porque cambiar de rutinas exige un esfuerzo incómodo, y es mucho más fácil ponerse excusas para volver a lo que ya conocemos, lo que nos permite no salir de la zona de confort.
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¿Qué hacer para limitar la influencia de los pensamientos trampa?
A la hora de poner freno a los pensamientos trampa, hay dos consejos clave que debes tener en cuenta: potencia tu autoconocimiento y crea pautas que estructuren tus hábitos más saludables.
1. Establece pautas claras
Las rutinas de comportamiento claras y en las que queda especificado qué hacer y en qué momentos del día hacerlo son una gran ayuda para evitar que los pensamientos trampa te tienten con la idea de desviarte de lo que sabes que te conviene.
Por ejemplo, si estás tratando de seguir una dieta pero no especificas qué tipos de alimentos comerás ni cuándo lo harás, es muy probable que termines cayendo en picotear snacks poco sanos en múltiples momentos del día (incluso sin tener hambre, por el simple hecho de aliviar el malestar generado por tu desorganización al comer).
Dicho de otro modo, no organizar tus patrones de comportamiento hará que aquello que te tienta gane poder sobre ti, ya que no tendrás uma manera clara de saber si realizar una acción supone un progreso o un retroceso.
Por este motivo, lo mejor es que establezcas horarios y que conozcas de antemano cuáles son los comportamientos que deberías evitar. Si llegar a obsesionarte con cumplir rígidamente las normas en todo momento, ten en cuenta que estas existen y te ayuda a saber lo que debes hacer para llegar a tu objetivo.
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2. Mejora tu autoconocimiento
La mejores maneras de evitar que los pensamientos trampa condicionen demasiado nuestro bienestar es potenciar nuestras habilidades de autoconocimiento para que estas nos permitan ser más conscientes de las verdaderas motivaciones tras nuestras acciones, sentimientos y maneras de pensar.
Esta es una tarea compleja y que requiere de práctica, entre otras cosas porque los pensamientos trampa pueden adoptar muchas formas diferentes y es necesario desarrollar una cierta sensibilidad para detectarlos. A fin de cuentas, lo que más cuesta a la hora de limitar el poder que tienen sobre nosotros es reconocerlos como tales, distinguirlos del resto de pensamientos.
¿Cómo lograr esto? Aunque cada persona es única y no existe una sola forma de conseguirlo, por lo general lo que más ayuda es adoptar el hábito de descomponer nuestros razonamientos y pensamientos recurrentes en unidades más simples, de manera que sea más sencillo comprobar hasta qué punto esas creencias desde las que partimos se sostienen por sí mismas y pueden ser aprovechadas para erigir sobre ellas patrones de conducta, partes de nuestra ideología, etc.
Por ejemplo, si estás intentando dejar de fumar y quieres saber si estás cayendo en pensamientos trampa de manera sistemática al utilizar una técnica para superar la adicción, puedes descomponer en ideas más simples las argumentaciones que usas para crear excepciones, casos en los que puedes fumar un poco: “No fumaré más a no ser que me lo ofrezcan, para no generar rechazo”.
En este caso, puedes centrarte en las ideas de “que me lo ofrezcan” y “generar rechazo”. ¿Es realmente el ofrecimiento de tabaco un elemento que viene desde fuera de la adicción, si las personas que nos invitan a cigarrillos lo hacen en buena parte porque las otras veces hemos aceptado? ¿Es el hecho de rechazar a quien no fuma una dinámica normal o saludable en un grupo de amigos, si este no es una de las principales causas de que sigamos fumando?
Examinar de carca las ideas que sostienen los conceptos desde los que “argumentamos” para nosotros mismos nos ayuda a comprobar si esas argumentaciones son legítimas o no.
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