“Mi mente me agota”, no puedo parar de pensar, me encantaría apagarla. Son comentarios que escucho habitualmente en terapia. Nuestros pensamientos influyen en cómo nos sentimos. Por eso es tan importante controlar lo que pensamos.
Tenemos dos tipos de emociones: de supervivencia y emociones creativas. Las emociones de supervivencia son cuatro: tristeza, miedo, enfado y alegría. Yo añadiría la ansiedad como emoción fundamental en la sociedad actual. Las emociones creativas son aquellas que nos hacen sentir bienestar y satisfacción personal: el amor, la generosidad, la sorpresa, la creatividad, el entusiasmo, la ilusión, la curiosidad…
Para que el ser humano pueda centrarse en generar bienestar a través de las emociones creativas, necesitamos primero liberar las emociones de supervivencia. ¿Esto cómo se hace?
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Las emociones de supervivencia
Lo primero es detectar que estamos en modo supervivencia. Sabemos que lo estamos cuando nos mostramos muy alerta con el entorno, el tiempo y el cuerpo. Con el entorno lo podemos detectar con este tipo de pensamientos: “¿por qué me ha dicho esto esta persona?”; “Mi jefe no debería actuar así”; “no tendrían que ocurrir estas cosas en el mundo”...
Estamos muy alerta con el cuerpo cuando prestamos mucha atención a nuestro cuerpo físico: miramos con lupa nuestro aspecto o determinadas partes de él; hipervigilantes con alguna sintomatología física; si pensamos que tenemos alguna enfermedad o dolencia; cuando notamos el más mínimo cambio perceptivo en nuestro cuerpo.
Por último, estamos centrados en el tiempo cuando tenemos este tipo de pensamientos: “todavía me quedan cinco horas”; “qué aburrimiento, qué hago el resto del día”; “no me da tiempo a llegar a los sitios”...
Estas emociones son necesarias para periodos cortos, pero cronificadas en el tiempo, pueden llegar a producir trastornos. La tristeza crónica produce depresión; la ansiedad crónica produce trastornos de ansiedad tales como ataques de pánico, agorafobia, trastorno de ansiedad generalizada... El miedo crónico produce fobias. El enfado crónico produce problemas de conducta antisocial y disruptiva.
Para manejar las emociones, vamos a distinguir tres conceptos fundamentales:
1. Estado de ánimo
Esto es cuando nosotros tenemos una emoción transitoria, entonces decimos que tenemos un estado emocional. Por ejemplo: hoy me he sentido triste. Si pasamos unas horas o unos días, o una semana triste podemos decir que tenemos un estado emocional triste.
2. Temperamento
Cuando llevamos meses sintiéndonos tristes. Por ejemplo, el temperamento melancólico o analítico, se fija más en lo negativo que sucede y el estado predominante durante un tiempo es la tristeza.
3. Rasgo de la personalidad
Cuando llevamos años sintiéndonos tristes. Entonces podemos decir que esa persona es triste. Es un rasgo central que suele definir a la persona.
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¿Qué hacer?
Lo que hay que intentar es no cronificar estas emociones de supervivencia. No hacerlas perdurar en el tiempo. Si no podemos hacerlo solos, es conveniente pedir ayuda psicológica.
¿Cómo podemos liberarlas? Si nos sentimos tristes, nuestro cuerpo se va a comportar apático, sin energía, sin ganas de hacer nada. Para liberar la tristeza es bueno llorar si lo necesitamos, o buscar momentos introspectivos con nosotros mismos. Las lágrimas son analgésicos naturales del dolor. La tristeza significa pérdida.
Puede ser pérdida de un ser querido, de una relación, de algún aspecto de nuestra personalidad, de uno mismo o de alguna situación vital. Por tanto, nos pide que estemos con nosotros mismos y también necesitamos sentirnos cuidados y queridos. Puede significar que necesitamos un cambio vital.
Cuando sentimos ansiedad, el estado emocional es totalmente distinto. Estamos en modo alerta, sobre activados y mostramos una preocupación excesiva por el futuro, esperando que ocurran sucesos catastróficos. La ansiedad va precedida del pensamiento: “y si…” Nuestros pensamientos de ansiedad liberan cortisol. Por eso es tan importante controlar estos pensamientos.
Para liberarla es bueno centrarnos en nuestra propia respiración. Respirar profundamente nos hace volver al momento presente y tomar conciencia de nuestro cuerpo. También nos ayuda, cortar esos pensamientos negativos. Cortarlos de raíz. No argumentar con ellos, ni juzgarnos por tener esos pensamientos. Simplemente no prestarles atención.
Cuando experimentamos el enfado es sano sentirlo corporalmente, pero no reaccionar inmediatamente después de sentirlo. Esperarnos media hora, o pasar un tiempo fuera hasta que nos calmemos, para poder reconducir el enfado de forma constructiva. Después podemos comunicamos con la otra persona o poner límites de forma asertiva, sin herir al otro.
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¿Por qué es importante liberar las emociones de supervivencia?
Cuando hay un pensamiento, las neuronas se conectan entre sí y producen sinapsis. Los pensamientos, dependiendo del contenido que tengan, pueden liberar neurotransmisores distintos (sustancias químicas que hay en el cerebro: serotonina, endorfinas, dopamina, norepinefrina…). La emoción es energía en movimiento. Es la forma que tiene nuestro cuerpo de manifestar cómo nos sentimos. Por lo tanto, la emoción la sentimos corporalmente.
Si sentimos ansiedad o miedo en momentos puntuales, (estados de ánimo), liberamos cortisol. Puede ser adaptativo en situaciones que lo requieran como por ejemplo sentir miedo en una situación de peligro real. Es adaptativo para que evitemos o nos paralicemos ante un objeto de miedo. Por ejemplo, si un ladrón nos va a robar. Pero si tenemos miedo, ansiedad o tristeza durante un período prolongado de tiempo, vamos a liberar demasiado cortisol y, por lo tanto, podemos somatizar. No sería adaptativo en el caso de alguna experiencia positiva que nos haga crecer y evolucionar como sería el miedo a hablar en público.
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Las emociones creativas
Una vez que hemos liberado las emociones de supervivencia, entonces nos vamos a centrar en las emociones creativas. Ahí vamos a usar el lóbulo frontal. El “jefe del cerebro”, la inteligencia ejecutiva. Es la capacidad que tenemos de adaptarnos al entorno que nos rodea. Dar una respuesta adecuada a las situaciones que vivimos.
La inteligencia ejecutiva hace que desarrollemos el autocontrol, la toma de decisiones, la concentración, enfocarnos en nuestros objetivos, nuestro sentido de identidad y el ver las consecuencias a largo plazo de nuestro comportamiento. Es aquí donde podemos construir la vida que queremos tener. Nuestro cerebro piensa en presente. Cualquier pensamiento que tengamos, el cerebro piensa que es real. Es por eso por lo que en vez de centrarnos en evitar o en preocuparnos por aquello que no suceda, ¿por qué no cambiamos nuestra forma de pensar y nos centramos en lo que queremos que suceda?
Al cerebro hay que hablarle en positivo, no en negativo. Por ejemplo, si queremos ser una persona más serena, tenemos que fijarnos en todo lo que nos hace sentir en paz con nosotros mismos, en observar cómo piensan, cómo sienten y cómo se comportan las personas serenas, en lugar de pensar "no quiero ser tan nervioso", o "no quiero sentir eso." Nuestro cerebro necesita que le demos órdenes precisas de lo que queremos ser o hacer que suceda. De lo contrario nos autosaboteamos y vamos en contra de nuestro desarrollo personal.
Nuestras emociones de supervivencia son adaptativas, pero son las emociones creativas las que hacen que nos sintamos con buena autoestima y autorrealizados.