La gestión de un grupo es siempre una tarea complicada, pero la dificultad se incrementa a medida que disminuye la edad del grupo en cuestión. En fútbol o deporte en general, vemos todos los fines de semana que un recurrente recurso de los entrenadores hacia este fin suele ser el grito; no solo para transmitir instrucciones, sino también para corregir, motivar... Ahora bien, gritar a equipos de futbolistas en formación, ¿es motivante? ¿Es ético? ¿Es efectivo?
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La cultura del grito en el fútbol
Es verdad que, en fútbol, existe cierta “cultura del grito”, es decir, que los propios jugadores muchas veces reclaman ese carácter del entrenador para estar concentrados o motivados. Sin embargo, los gritos, por sí mismos, no tienen por qué tener ningún efecto en la motivación de nadie desde un punto de vista biológico, sino, en todo caso, todo lo contrario (a nadie le gusta que le griten). Por lo tanto, la relación entre motivación (o intensidad, o concentración) y gritos, sería aprendida.
Sea como sea, esa cultura del grito no parece que sea accesible para cualquier jugador. Existen diferencias individuales entre todas las personas, y también entre los niños. Así, podemos encontrar niños introvertidos y niños extravertidos. La principal diferencia entre ambos es la activación fisiológica base.
Por ello, los extravertidos, con baja actividad fisiológica base, suelen buscar situaciones que impliquen una alta estimulación sensorial, que les provean de esa cantidad de activación que le falta a su organismo. Así, suelen tener más alta tenencia al riesgo, una mayor tendencia a la búsqueda de nuevas sensaciones (viajar, probar restaurantes nuevos, conocer gente nueva), una preferencia por la música a alto volumen, una tolerancia al desorden, al conflicto…
Sin embargo, las personas introvertidas están en el polo opuesto, con una alta activación base y, por lo tanto, una estimulación externa puede llegar a colapsarles, por lo que suelen preferir entornos controlados, predecibles y acostumbran a evitar las situaciones potencialmente estresantes.
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Las diferencias entre introversión y extraversión
Cabe aclarar que los ejemplos aquí expuestos para definir ambas tendencias de conducta son simplificaciones que tienen el objetivo de facilitar la comprensión de los conceptos, pero que la personalidad se compone de muchos más factores que interactúan todos entre sí.
En cualquier caso, dada esta diferenciación individual entre las personas, podemos inferir que la misma se dará entre los deportistas, y en los deportistas jóvenes. El fútbol, como deporte de equipo que es, debería llamar la atención de los extravertidos, y así solemos encontrarlo. Sin embargo, si analizamos las diferentes categorías del fútbol base (de chupetín a juvenil) observamos cómo sí que podemos encontrar mayor heterogeneidad entre los más jóvenes, y una alta tendencia a la extraversión entre los mayores.
Podríamos argumentar que esto es debido a que, cuando los chicos y chicas llegan a cierta edad, empiezan a elegir por sí mismos sus actividades extraescolares preferidas, manifestándose entonces su “fenotipo” introvertido… pero podría haber más.
Si atendemos a la generalidad, normalmente solo una minoría de jugadores introvertidos que llega a un equipo juvenil suele tener un rendimiento destacable dentro de su propio equipo. En la élite, encontramos a Zidane, Messi, Iniesta… jugadores excepcionales, con este perfil de introversión.
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No poner trabas al talento
Podríamos llegar a pensar que, en su proceso de formación, estos jugadores ya destacaban en edades tempranas, rindiendo a altos niveles para su edad y cometiendo menos errores. Por lo tanto, es posible que estos jugadores introvertidos recibieran menos gritos y, por lo tanto, su activación fisiológica no fuera rebasada, y no les generase rechazo o incomodidad el acudir a los entrenamientos.
Si esto fuera así, podríamos estar ante una selección natural de extrovertidos en el fútbol y deporte base, a quienes un poco de estimulación en forma de gritos no les molestaría, topando con el manido argumento de “es que si no soporta que le griten no vale para el fútbol”, pero, ¿qué pasa con los introvertidos que se quedan por el camino? ¿Puede que estemos clasificando antes de tiempo el potencial talento de grandes deportistas? ¿Merecen perder los múltiples beneficios que la práctica deportiva acarrea para su crecimiento físico, mental y social?
Todavía habría que indagar en la literatura científica para debatir si los gritos tienen un efecto motivador en los jugadores pero, lo que sí que sabemos a día de hoy es que existen técnicas motivadores y comunicativas alternativas que, quizás, nos permitan adaptarnos mejor a las diferencias individuales de nuestros jugadores, y eso, en definitiva, es la gestión de grupos.