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¿De verdad son tan importantes las emociones?

La respuesta a la pregunta del título es "rotundamente sí". Veamos por qué.

Intentemos retroceder en el tiempo y visualizarnos en el colegio, donde nos decían que el ser humano es el “único animal racional”, indicando que nosotros nos encontramos en el punto más alto de la escala evolutiva. ¿Por qué?, porque tenemos conciencia y una corteza cerebral exclusiva de las personas que nos permite pensar.

Sí, todo esto es cierto: nuestro córtex o corteza cerebral, que es característica del ser humano, es la que nos permite analizar, planificar, deducir, anticipar y, definitiva, tener unas capacidades intelectuales que nos han hecho llegar, evolutivamente hablando, hasta donde hoy nos encontramos.

Pero... ¿qué pasa con la otra palabra que define nuestra especie: “animal”? Efectivamente: nos guste o no, somos animales, en concreto mamíferos y, más en concreto aún, aquellos mamíferos cuyas crías necesitan de mayor cuidado, protección y tiempo para que se produzca un desarrollo hasta la adultez.

Y es aquí donde nos encontramos con nuestro componente emocional, al que aparentemente no damos demasiada importancia: “¡Esto de las emociones es cosa de los psicólogos!” Y también se oyen cosas como... “¡Esto de las emociones es cosa de las mujeres!” ¿Y qué decir de la terrible “norma” de “los hombres no lloran”?

Pero decimos aparentemente porque hay profesiones ( Marketing, Publicidad o Ventas) en las que las emociones humanas se conocen extraordinariamente bien y se estudia qué mecanismos nos mueven en nuestra vida más cotidiana, para utilizarlos y vendernos lo que en esos momentos toque: una marca de coche, un viaje, una marca de ropa, un teléfono móvil… un estilo concreto de vida y hasta unos valores y prioridades vitales.

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Subestimamos lo emocional

No es exagerada esta reflexión acerca del gran peso que supone el componente emocional para el ser humano. Es cierto que en nuestra sociedad occidentalizada (la nuestra, donde vivimos y, por tanto, la que nos influye diariamente) no se habla mucho de ellas, por lo menos de forma manifiesta. Así da la sensación de que, si bien en algunos entornos, situaciones, tertulias y medios pueden ser objeto de atención, hemos de reconocer que normalmente no son consideradas ni como imprescindibles para la vida, ni como importantes.

¿Qué consecuencias conlleva este alejamiento, este “no prestar a tención” a nuestro aspecto emocional? Veámoslo:

Al no hablar de ellas (como si no existieran o no tuvieran tanta importancia) es difícil atenderlas y, por lo tanto, ser conscientes de que las experimentamos.

Al no atenderlas, es más difícil todavía identificarlas, ponerles un nombre cuando las experimentamos.

Al no identificarlas no las podemos comprender ni, por supuesto, manejar o canalizar.

Y, por tanto, cuando se hacen intensas (o directamente molestas, incluso inhabilitantes), es realmente difícil “vivirlas”.

Y, ahora sí, ya tenemos el bloqueo, ansiedad, malestar o sufrimiento más o menos intenso a nivel psicológico....

La importancia de las emociones

Por supuesto no hace falta irse al malestar extremo o a los trastornos psicológicos para evidenciar la importancia de nuestra vida emocional. Es más, solo tenemos que hacer un repaso de nuestro día a día, de lo que nos está pasando en estos momentos, para darnos cuenta de lo que pesa nuestro estado emocional para “valorarlo” como algo bueno o algo malo, que nos causa malestar o bienestar (en mayor o menos medida, claro está).

¿Podrían sonar ejemplos como los siguientes?: “No sé cómo decir a mi jefe… No dejo de pensar en ello y me genera agobio”; “Me pone de los nervios ir a comer a casa de mis padres y no sé qué pasa, pues se portan muy bien conmigo...”; “No me apetece ir con Sara, pero no puedo hacer otra cosa, pues le sentaría muy mal que no fuera”; “Estoy mal con Pablo pero no sé ni lo que me pasa con él”; “Todo el mundo me dice que lo tengo todo y noto una especie de insatisfacción…”.

Las emociones que experimentamos en esos momentos influyen de forma determinante en la valoración positiva o negativa del hecho o situación en la que nos vemos involucrados, otorgándole mayor o menos grado de gravedad.... Y, por supuesto, las emociones influyen en un altísimo porcentaje (sin querer poner número, pero digamos que más, mucho más del 50%....) en la manera de resolver esos problemas, de responder ante ellos.

Algunas recomendaciones

En definitiva, la emoción es un componente o una dimensión humana inevitable, afortunadamente, sin la cual no podríamos reaccionar ante ningún evento de la vida cotidiana. De ahí la extraordinaria importancia del cuidado de la misma para que nos acompañe a nuestro favor y no vaya en nuestra contra.

Con lo visto, ya queda demostrado que somos seres emocionales ¿Y ahora qué? Sin pretender ofrecer un manual sobre manejo emocinal , y siendo muy simplista, me permito hacer algunas recomendaciones:

1. Identifica lo que pasa

En el momento uno, en cuanto empieces a sentir cierta molestia, cierta sensación de desagrado, párate un segundo para intentar identificar qué es lo que sientes: ¿Es rabia, es enfado, es incomodidad, es angustia, es pena,....son todas ellas juntas?

2. Tómate tu tiempo

¡Espera a hacer o decir nada! Aguanta, no reacciones inmediatamente ante lo que sea que te haya provocado eso que sientes (ya sé que cuesta...).

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3. Intenta descubrir qué es lo que te ha molestado

¿Te ha dolido porque lo interpretas como una falta de respeto? ¿Crees que no hay solución a lo que se te ha planteado? ¿Consideras que es una pérdida irrecuperable? Hay miles de razones, tantas como personas.... En función de lo que hayas encontrado, puedes elaborar una respuesta que te resulte adaptativa a la situación vivida.

Conclusión

Qué fácil parece, ¿no? Pues realmente no, no lo es. Estamos habituados a reaccionar de manera inmediata a lo que nos acontece, pues, por todo lo que hemos visto anteriormente, ni nos damos cuenta de lo que estamos experimentando ni, mucho menos, sabemos cómo manejarlo.... De ahí la importancia de buscar ayuda para aprender a dirigir nuestro mundo emocional para que no sea éste quien nos gobierne.

Cuidemos de nuestras emociones. ¿Cómo? Identificándolas, dándoles la bienvenida (todas son funcionales, sólo hay que saber tratarlas), haciéndonos amigos de ellas y, bien a través de contacto con personas que hayan pasado por experiencias similares, a través de consejo psicológico, cursos de desarrollo emocional o personal, bibliografía o, si es necesario, terapia psicológica, canalicemos y manejemos ese componente fundamental de nuestro ser que nos facilita el vivir.