El ser humano es, sin duda alguna, un animal que entraña grandes misterios. Observamos a nuestra especie atónitos, incrédulos ante todo lo bueno y lo malo de lo que somos capaces, sintiéndonos como un "bicho" distinto a lo que habita en la naturaleza. Y también, por qué no decirlo, como el más importante.
Esta visión, conocida como antropocentrismo, ha formado parte de nuestras vidas durante muchísimos años, promocionada por distintas religiones, y nos ha impedido "asumir" nuestro lado primitivo y natural. O lo que es lo mismo, nuestras raíces animales, que proceden de un linaje de enormes primates a los que nos une un inexorable parentesco.
En los últimos años, no obstante, las ideas de la evolución de las especies han comenzado a instalarse en la cultura popular. Con ellas han surgido también nuevos interrogantes en los que pensar: ¿es el ser humano tan libre como cree? ¿hasta qué punto la historia evolutiva ha condicionado nuestras decisiones? ¿somos, acaso, solo un animal más?
Estas preguntas, entre muchas otras, intentan responderse desde la etología humana. Pese a ser una disciplina relativamente reciente, ya ha ocupado su lugar entre las ciencias que se encargan de abordar el hecho humano. En el presente artículo hablaremos sobre qué es, y sobre qué bases erige su amplio acervo de conocimientos.
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¿Qué es la etología?
La palabra etología procede del griego clásico, y más concretamente de los términos "ethos" (hábito o costumbre) y "logos" (conocimiento o ciencia). Es, por tanto, una disciplina de corte multidimensional (biología, genética, medicina, psicología, etc.) cuyo propósito es el abordaje científico de la conducta de los animales en su entorno natural, así como la descripción de las interacciones de los mismos con otros sujetos del grupo o con su entorno físico. Por todo ello suele recurrirse a teorías tales como las de la evolución, fundamentadas en la reproducción sexual y en la adaptación al medio.
La etología se separa de la psicología no solo en su perspectiva de estudio, sino también en el hecho de que su ámbito de conocimiento se centra únicamente en lo conductual, obviando muchos de los procesos internos que el sujeto observado podría estar "reproduciendo" en un momento dado. Su poder explicativo reside en la filogenia, esto es, en la historia evolutiva de la especie; pudiendo explicar cualquier acción individual a la luz de la experiencia compartida del grupo al que se pertenece.
La etología como disciplina fue fundada por el médico austríaco Konrad Lorenz (cuyo trabajo concluyó en una relevante tesis doctoral en el ámbito de la zoología) y por el zoólogo de los Países Bajos Nikollas Tinbergen, a finales de la década de los 30. Su trabajo en la Escuela Etológica del Comportamiento Animal les llevó a lograr el premio nóbel (compartido) en 1973, por su crucial contribución al conocimiento de las relaciones madre-hijo y por la descripción pormenorizada del fenómeno de la "impronta", que posteriormente se añadiría a las ciencias de la conducta humana (con el constructo del apego).
En los primeros momentos de la etología, esta se centraba únicamente en la investigación de campo (en vivo) de los animales no humanos. A medida que pasó el tiempo, y sobre todo en el momento en que el ser humano descendió del pedestal que otrora hubiera ocupado (para entenderse a sí mismo como un ser más de la naturaleza), brotó una rama nueva encargada del estudio de nuestra especie. De esta forma, y al igual que ocurrió con la psicología y/o la filosofía, este área del saber hizo coincidir su objeto de estudio con el sujeto que lo observa.
La rama de la etología humana nació al inicio de la década de los 70, de la mano de Irenäus Eibl-Eibesfeldt, y se centró fundamentalmente en las dinámicas sociales y en la definición de los repertorios conductuales que las personas podían emplear durante sus intercambios con el ambiente. Heredó de la etología clásica su método comparativo interespecie, de tal forma que los primates serían las criaturas elegidas para el análisis (al menos en lo concerniente a gestos elementales, que no a la comunicación o simbolización), enfatizando el solapamiento conductual con nuestros antepasados.
En definitiva, la etología humana partiría de la misma premisa que la disciplina original; y sus fines serían el estudio de los estímulos (tanto internos como externos) que se asocian con el inicio de una conducta motivada, el análisis de la utilidad de tales acciones, la exploración del origen de los hábitos que facilitan una correcta adaptación y la valoración de resultado según criterios reproductivos o de supervivencia. Así mismo, todo ello se llevaría a cabo atendiendo a la evolución de la propia especie (filogenia) y al desarrollo único del sujeto (ontogenia).
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¿Qué es la etología humana?
La etología humana busca conocer al que es, sin ninguna duda, el animal más complejo del planeta. Y esto es así, sobre todo, por nuestra capacidad de razonar y asumir conciencia de nosotros mismos, lo que resulta posible por el desarrollo extraordinario del neocortex (la más reciente de todas las estructuras cerebrales en un sentido evolutivo). Como consecuencia directa de ello nuestra especie experimentó, en algún momento, una auténtica revolución cognitiva y se convirtió en la primera capaz de convivir en espacios donde habitaban miles o millones de individuos. La estructura social de los primates fue rápidamente superada, y brotaron leyes o normas para regular las interacciones.
Ambos fenómenos, al menos en su magnitud, son únicos de la especie humana y explican la pertinencia de una rama separada del grueso tronco epistemológico de la etología. Aun con todo, comparten sus raíces, por lo que ambas se plantan sobre el terreno de la evolución de las especies que propusiera Darwin. Mediante este prisma teórico se pretende dar cuenta de los fenómenos humanos, siendo sensibles a la herencia de nuestros ancestros más remotos y al sacrificio biológico para su supervivencia. Asuntos tales como el parentesco genético, la reproducción y los instintos se hallan a la base de sus postulados.
Debido a que la mejor forma de comprender el concepto de la etología humana es mediante ejemplos, pasamos a exponer cómo interpreta determinados fenómenos. Es importante tener en cuenta que, dada la amplitud de su campo de estudio, necesariamente ha de nutrirse del avance en ciencias afines (como la sociología, la psicología y la biología).
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Algunos ejemplos
Con el fin de clarificar cuál es el objetivo de la etología humana, conviene recurrir a algunos ejemplos sencillos de los muchos que serían posibles. En lo sucesivo se plantearán cuatro supuestos casi universales en la vida de todo individuo, y el modo en el que esta ciencia los interpreta al amparo de los modelos teóricos que la sustentan.
1. Objetivo de la vida
A la mayoría de las personas nos gusta creer que nuestras vidas tienen un propósito, y cada día nos esforzamos precisamente por lograrlo y ser capaces de sentirnos satisfechos. Estos objetivos pueden ser muy dispares, y fluctuar a través del tiempo según las necesidades de cada periodo evolutivo, pero en todo caso nos dotan de un sentido profundo que va más allá del mero hecho de existir por existir. Alcanzar cierta posición social, encumbrar la cúspide de una profesión, construir una familia feliz o solo sentirnos orgullosos de haberlo intentado; son ejemplos comunes de objetivos vitales que las personas trazan para sí mismas.
No obstante, desde una perspectiva etológica, todos ellos pueden ser resumidos en uno solo: la transmisión de nuestros genes, lo que se ha acuñado como éxito reproductor. A un nivel de metáfora, los organismos vivos serían solo un vehículo físico a partir del cual se mantendrían los propios genes a lo largo del tiempo, siendo este el fin último de la existencia. Es quizá una visión poco romántica de una realidad que ha inspirado a pensadores de todos los tiempos, pero que propone un marco útil para entender por qué actuamos como lo hacemos en ciertas circunstancias.
Este éxito reproductor, o eficacia biológica, se puede expresar de dos maneras diferentes: la directa y la indirecta. La primera depende de la propia actividad sexual, mediante la cual se extiende el bagaje genético a la estirpe (hijos), mientras que la segunda va un paso más allá y comprende la reproducción de aquellos con los que compartimos parentesco. Ambas son, para la etología humana, la más básica de las motivaciones que todas las personas albergan para vivir. Es por este motivo que condiciona tácitamente muchos de nuestros actos, pese a que no seamos conscientes.
2. Relaciones sociales
La etología humana aborda cuestiones como el altruismo o la conducta prosocial, las cuales se despliegan con gran frecuencia durante las relaciones entre dos individuos, especialmente cuando pertenecen a una misma familia. Esta forma de actuar promovería la supervivencia de la especie al "subsanar" las dificultades de los miembros del colectivo, las cuales a veces llegan a comprometer la vida. Durante muchos años se pensó que esta explicación era válida para entender por qué nos ayudamos los unos a los otros, pero todo ello cambió con la teoría de El Gen Egoísta (1976), publicada por Richard Dawkins. Fue una vuelta de tuerca.
Este postulado presentó una idea innovadora a la comunidad científica, que rápidamente se extendió a la etología humana y se instauró en el corazón mismo de la disciplina. Planteó que los actos que benefician a los grupos carecen de valor adaptativo, mientras que los egoístas serían eficaces para promover la continuidad genética. Actuando de tal forma (centrada en uno mismo) sería más probable proveerse de los recursos esenciales para sobrevivir, pero… ¿por qué tantas personas siguen cuidando de otras?
Este modelo teórico plantea, por ejemplo, que los padres pueden ser capaces de dar la vida por sus hijos porque de ellos depende que en el futuro se mantenga su legado genético. Así, al privilegiar su seguridad respecto a la propia, se reforzaría la eficacia biológica indirecta (de la que hablamos en el epígrafe anterior). Esta visión de las cosas es de aplicación a muchos animales, como los primates o cetáceos, y da buena cuenta de por qué tienden a agruparse en pequeños grupos según la consanguinidad.
En el caso del ser humano se considera que, pese a que en algún momento de su extensa historia evolutiva pudo haber sido un elemento explicativo fundamental para su supervivencia, en la actualidad su utilidad es cuestionable. Y esto es así porque nuestros cerebros permiten un grado de razonamiento sin igual, que suele manifestarse en construcciones culturales que trascienden las limitaciones de la biología y de los genes, osando a trazar caminos allá donde otros seres solo se dejan llevar por el intenso caudal de la biología. Todas estas cuestiones siguen siendo, hoy en día, objeto de ardientes debates entre los etólogos.
3. Atracción interpersonal
Sentirnos atraídos por alguien, o incluso estar enamorados, son dos experiencias que (si son correspondidas) aportan una enorme felicidad. En el momento de sentir curiosidad romántica por otra persona, lo cierto es que son muchas las variables que entran en juego, desde cómo es físicamente hasta el carácter o los recursos materiales. Y es que todo ser humano tiene sus prioridades en el momento de elegir a un compañero, y hace de ellas unas condiciones previas para mezclar sus cromosomas con los de alguien más.
Aun con todo, un amplio porcentaje es capaz de reconocer que el "físico" es básico. Así, no es extraño escuchar afirmaciones como "tiene que entrarme por el ojo" o "tiene que gustarme lo que veo" cuando se indaga en qué motivos se sopesan para decantarse por alguien. Pese a que la mayoría lo cree, se alzan voces que acusan de superficiales a quienes lo expresan en alto. ¿Pero tiene sentido tal cuestión desde el prisma de la etología humana? Obviamente, la respuesta es un rotundo sí.
Ciertos atributos físicos, como la estatura o la distribución muscular y lipídica, permitían en la antigüedad inferir la calidad genética de aquel que los ostentaba. Los glúteos firmes, el tórax amplio o los brazos corpulentos indicaban que el sujeto tenía dotes atléticas apropiadas para la caza, lo que permitiría disponer de alimento incluso en los momentos de mayor calamidad. Las caderas anchas y los pechos generosos eran, por su parte, una señal inequívoca de fertilidad. Todos ellos se convertían en rasgos deseables a los ojos de mujeres u hombres, porque facilitaban la voluntad replicativa de los genes. De algún modo, continúan vigentes en la actualidad.
4. Enamoramiento
También el enamoramiento ha sido un objeto de interés para la etología humana. Una gran parte de la población se ha sentido así alguna vez en su vida: dificultad para dejar de pensar en el otro, necesidad de compartir tiempo a su lado, sensación de estar "distraído", excitación ante la idea del encuentro, deseo de tener un contacto físicamente íntimo, etc. Y pese a que es una sensación maravillosa, la etología la ha entendido como un mecanismo para promover el contacto entre dos individuos el tiempo que se precise para que puedan reproducirse. Así, de hecho, esta sensación suele desvanecerse a los pocos años, quedando tras ella un amor mucho más comedido y racional.
5. Apego
Una de las contribuciones más importantes de la etología a la relación entre los progenitores y sus crías es la de la impronta. Se trata de un vínculo que se traza entre dos seres vivos en los momentos próximos al nacimiento de uno de ellos, a partir del cual ambos buscarán una cercanía física que facilite la supervivencia del más vulnerable. Se ha observado en muchas especies animales, sobre todo las aves. Todos podemos imaginar, ahora mismo, la bucólica escena de una "mamá pato" cruzando junto a sus polluelos un camino o carretera. Todos se desplazan en línea recta y unidos, formando un grupo compacto que evita el extravío.
Pues bien, el fenómeno se ha descrito en el ser humano a través del apego. Este concepto fue formulado por John Bowlby, un psiquiatra inglés que estudió cómo las crías humanas se relacionan con sus figuras vinculares durante los primeros años de la vida, en busca de una seguridad esencial que permita la exploración del entorno y el desarrollo de conductas tales como el juego simbólico. El apego es clave en la comprensión de la relación madre-hijo, y se alza como un fenómeno que condiciona cómo interactuaremos con los demás llegada la vida adulta (pese a que puede modularse mediante otras experiencias constructivas que se forjan más allá de la infancia).
Todos estos ejemplos son solo una discreta pincelada de los muy diversos postulados que están surgiendo desde la etología humana en los últimos años, y que nos traen a la memoria algo que nunca debimos olvidar: que somos un primate con un cerebro muy particular, pero no un ser ajeno a la naturaleza ni a las fuerzas que la evolución ejerce sobre todo lo que está vivo.
Referencias bibliográficas:
- Leedom, L. (2014). Human Social Behavioral Systems: a Unified Theory. Human Ethology Bulletin. 29, 41-49.
- Martínez, J.M. (2004). Etología Humana. Isagogé, 1, 31-34.