Estar en presencia de nuestras emociones sin miedo, sin culpa y sin vergüenza es la clave para comenzar a soltar los bloqueos que nos detienen de dar pasos hacia nuestros proyectos en la vida adulta.
Apaciguar el alma sin tomar la píldora de la evitación o el escape es el verdadero trabajo interior, el cual nos invita a ponernos de frente a eso que tanto tememos: llegar a cierta edad sin ser “exitosas/os”, la soledad o el miedo de sentirnos perdidas/os, o continuar en ese trabajo que nos hace sentir infelices.
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La necesidad de aceptar nuestro lado emocional
Nos han enseñado que es más importante un logro que abrazarnos con compasión y reconocer nuestro dolor. Nos han enseñado que juguemos a ser heroínas y héroes, no hay peor error que este.
Las emociones son nuestra brújula interna; no saber gestionarlas nos lleva a crear heridas que en la vida adulta son cadenas que pesan en el cuerpo, en las decisiones, en la incapacidad para lograr nuestros proyectos, o irnos de lugares y relaciones por miedo a la soledad.
En la infancia, especialmente, formamos una serie de programaciones emocionales que activamos ante situaciones que experimentamos como amenazantes.
Por ejemplo, si de niñas/os fuimos sobreprotegidas/os es posible que desarrollemos una personalidad huidiza: nos costará confiar en nuestras capacidades y sentiremos pánico de vivir situaciones donde debamos poner a prueba nuestras habilidades, por lo que preferimos huir, siendo pocos los espacios donde nos sentimos seguras de ser nosotras/os mismas/os.
Hasta que no nos hagamos plenamente conscientes de que huir es solo el mecanismo que aprendimos a usar para evitar el dolor de sentirnos rechazadas o inferiores, seguiremos viendo la vida a través de este lente que, conocemos con el término de personalidad, producto de una combinación de varios aspectos:
- Familiares: tanto del núcleo como del árbol familiar, de estos heredamos ciertos patrones o programaciones.
- Individuales: características nuestras, como el temperamento, nos acompañan desde que nacemos.
- Sociales: al llegar al mundo se espera que ocupemos un rol en la familia y sociedad.
Todos estos, configuran nuestros patrones inconscientes y son la fuente para reconocer lo que nos lleva a sentirnos bloqueadas/os. Darnos la oportunidad de conectar con la parte emocional que nos hace sombra, es decir, que nos lleva a ser reactivas, es poder cuestionar la personalidad sobre la que hemos construido una forma de ver la realidad y que a través de las emociones le imprimimos cierta fuerza e intensidad.
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¿Cuál es el reto al dejar de huir de esas emociones desbordantes que tanto nos atemorizan?
Reconocer que provienen de necesidades afectivas no resueltas, y que aprendimos ciertas estrategias para que fueran compensadas. Pongamos un ejemplo, “ser la niña buena”, este personaje que tanto me encuentro en consulta: por el deseo de ser vistas por mamá, papá, cuidadores...
Nos convertimos en un personaje que no sabe decir "no" y quiere satisfacer a todo mundo (aunado a que, socialmente, esto es lo que se espera del rol de ser mujer); llegará un momento en el que ya hemos ensayado tanto este patrón que terminamos por identificarnos.
En la adultez nos limitará a la hora de dar vida a nuestros proyectos, pues construirlos implica renunciar a las expectativas que otros tienen de nosotras. Si me sigues hasta acá, mi invitación es a que: ¡no huyas más de lo que te duele! La píldora no será efectiva por siempre, ve directo a reconocer esos programas de personalidad que te han llevado actuar en automático.
En el momento que lleguen las emociones desbordantes entra en silencio, siente la incomodidad que te generan, conecta con la/el niña/o interior, acompáñala/o para que deje de ver el mundo como una amenaza, a que no negocie más su ser en la necesidad de ser validada.
Cuando nos permitimos habitar toda esa emocionalidad, llegará un momento en que una parte de nosotras/os nos invitará a la calma.
Así comenzará a hacerse visible la parte de nosotras/os que es semilla de lo sereno y permite estar de nuevo con la niña desde la adulta, para decirle: eres suficiente, aquí y ahora lo estás haciendo bien. La clave siempre estará en regresar de nuevo a nosotras mismas, aprender a maternarnos y paternarnos para dejar de buscar afuera lo que ya está adentro.