Como seres humanos, tenemos en nuestro interior dolores, emociones y sensaciones que nos acompañan la mayor parte del tiempo y forman parte de nuestra cotidianidad.
Sin embargo, el ritmo de vida que mantenemos en la actualidad nos ha desplazado de la mirada que está puesta en nosotros, es decir, del conocimiento de uno/a mismo/a.
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La importancia de comprender nuestra vida interna
En ocasiones soñamos, fantaseamos y nos intriga el porqué de cada cosa en la vida, pero... ¿Acaso nos detenemos a observar qué es aquello que nos toca? Pareciera que amamos y tememos al mismo tiempo a nuestra vida interna, es decir, a nuestras emociones.
En otros momentos llegan a nosotros preguntas sobre la esencia: ¿Por qué soy así? ¿Por qué me pasa esto? Y otras dudas que nos embargan el pensamiento y dan vueltas en nuestra cabeza durante el día o a veces antes de dormir, cuando todo está en silencio; son pensamientos que de alguna manera nos inquietan y permanecen constantes, como si nos quisieran decir algo. Ante estas experiencias mantenemos en un “piloto automático” percibiendo muy poco de lo que desencadena nuestro malestar frente a las circunstancias que vivimos día a día.
Por esta razón, podemos ser sensibles al entorno en mayor medida que otros, permitiendo a su vez la aparición de una vulnerabilidad que de alguna manera moldea nuestro comportamiento y nuestra forma particular de comprender el mundo, en algunas ocasiones desde posturas centradas o un poco exageradas.
Son construcciones históricas y culturales, pueden ser aprendidas por nuestros padres o pueden ser transmitidas a nosotros a través de sucesos de la vida cotidiana, durante nuestra historia, que configuran aprendizajes culturales y sociales.
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Los procesos de autosabotaje
El hecho es que durante ese recorrido aprendemos a resolver las dificultades que se presentan, de maneras efectivas o poco efectivas. A veces nos castigamos y juzgamos nuestras propias conductas dudando de ellas y señalándolas; por ende, tomamos decisiones haciéndonos daño, siendo poco compasivos con nosotros mismos y pensando que no somos competentes o simplemente no somos lo suficiente o poco queridos. Esto a lugar a comportamientos de aislamiento, y a veces incluso a actividades poco funcionales relacionadas con el consumo de drogas (como el consumo de alcohol), o adicciones comportamentales como el juego patológico.
Dichas estrategias no son ni buenas ni malas, pero algunas de estas sí nos producen malestar y generan mayor desgaste que otras, presentándose dentro de los diferentes ámbitos en los que nos desarrollamos (como por ejemplo en lo laboral, en relaciones de pareja o en la convivencia con familiares u otras personas), limitando nuestros recursos para hacer frente a esas emociones o situaciones, dificultando la toma de decisiones y generando estrés, malestar emocional, pobre tolerancia a la frustración, depresión, ansiedad, entre otros problemas. Estas conductas o formas de comportarnos son automáticas, es la manera en que hemos aprendido de dar respuesta al mundo.
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Identificando la raíz del problema
Si bien estas situaciones no son un gran problema y son los recursos con los que se cuenta para dar frente a las situaciones cotidianas, se ven reflejadas en nuestra vida diaria, causando efectos que impactan nuestra vida a nivel emocional y comportamental. En este sentido, es importante aclarar que las dificultades y problemas no se pueden generalizar: así dos personas estén pasando por la misma situación, muy seguramente la particularidad de sus casos sean distintas, como lo fue su historia de vida, experiencias y aprendizajes, así estos vivan en el mismo país o compartan el mismo techo.
Por esta razón, resulta importante analizar la particularidad de la situación y todos los problemas causales que hacen que se mantenga y se genere la dificultad en la persona, en su entorno familiar, comunitario, laboral o en sociedad. De esta forma, la psicología clínica, y en especial la psicoterapia, busca identificar dichas razones que permitan a la persona comprender el porqué de sus situaciones y malestar, desde un proceso empático, humanizado y sin juzgar, que le permita tomar acciones y fortalecer sus recursos para afrontar las dificultades de una manera efectiva, generando estrategias de afrontamiento y conductas adaptativas a su medio y situación particular, tramitando sus emociones y fortaleciendo su calidad de vida.
“El malestar se resiste a ser cambiado, pero el mejor camino es reconocer su existencia. Una vez que la conciencia hace presencia, es momento de iniciar el proceso de transformación”.