De una forma u otra, la música está presente en casi todas las esferas de nuestras vidas. Puede ser, por ejemplo, insertada en una escena de una película de terror para aumentar la tensión y la angustia, o bien puede ser utilizada durante una clase de fitness para que sus asistentes sigan el ritmo adecuado.
Por otro lado, en cualquier evento social que se precie no puede faltar alguna melodía, aunque sea de fondo. Desde la famosa marcha nupcial de Richard Wagner en una boda hasta las bandas y cantautores que ambientan los bares nocturnos, la musicalidad está siempre presente.
Los individuos de todas las sociedades humanas pueden percibir la musicalidad y ser sensibles emocionalmente al sonido (Amodeo, 2014). Para cualquier persona es sencillo saber cuándo una canción le agrada, le provoca tristeza o incluso euforia. Y, como muchas otras cosas presentes en nuestras vidas, aceptamos la existencia de la música como algo natural. No obstante, analizada desde un punto de vista científico, la capacidad para crear y disfrutar de la música es algo bastante complejo y que ha atraído la atención de investigadores pertenecientes a muchos ámbitos diferentes.
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La música pudo favorecer la supervivencia
Desde hace unas décadas, los científicos que investigan la evolución se han propuesto encontrar el origen de la música en la historia biológica del ser humano. Esta perspectiva parte de la teoría de la selección natural, afirmando que son las necesidades impuestas por el ambiente las que modelan el diseño de todas las especies, ya que sobrevivirán los individuos que tengan las mejores adaptaciones (fisiológicas o psicológicas) en cada momento.
Estos rasgos beneficiosos surgen de diversas mutaciones genéticas, que en caso de ser positivas para la supervivencia tendrán más posibilidades de ser transmitidas de generación en generación. En el caso del ser humano, la presión de la selección natural ha afectado a lo largo de miles de años a la estructura y las funciones del cerebro, sobreviviendo el diseño que permitía llevar a cabo unos comportamientos más funcionales.
Sin embargo, nuestra especie es mucho más compleja. A pesar de que la selección natural ha sido la que ha moldeado el diseño biológico del organismo, es la cultura y lo que aprendemos a lo largo de la vida lo que acaba definiendo quiénes somos.
Teniendo en cuenta estas ideas, son muchos los etólogos, neurocientíficos, musicólogos y biólogos que coinciden en que hubo un momento de la historia en que la música ayudó a nuestros ancestros a sobrevivir en un medio agreste y hostil. En una revisión del tema, Martín Amodeo (2014) afirma que la habilidad para apreciar el arte sonoro pudo incluso tener un papel esencial en el surgimiento de la especie humana. Estas afirmaciones pueden sorprender ya que, actualmente, el uso que se le da a la música es aparentemente lúdico y no supone una cuestión de vida o muerte, afortunadamente.
¿Cuándo surgió la música?
La musicalidad sería anterior a la aparición del arte y del lenguaje, siendo estos dos últimos propiedad casi exclusiva del Homo sapiens. Los homínidos anteriores al ser humano no tendrían la capacidad mental necesaria para elaborar un lenguaje complejo, teniendo que ceñirse a un sistema de comunicación pre-lingüístico basado en sonidos que cambiaban de ritmo y melodía. A su vez, acompañaban estos sonidos con gestos y movimientos, representando en su conjunto significados simples sobre las emociones que querían hacer llegar a sus compañeros (Mithen, 2005). A pesar de que para alcanzar el nivel actual aún quedaba un largo camino en la historia, la música y el lenguaje verbal tendrían su punto de partida primitivo aquí.
Sin embargo, aunque la música y el lenguaje verbal tengan un origen común, existe una gran diferencia entre ambos. Los sonidos que asignamos a las palabras no guardan ninguna relación con el significado de estas en la vida real. Por ejemplo, la palabra “perro” es un concepto abstracto que se ha atribuido a este mamífero de forma aleatoria a través de la cultura. La ventaja del lenguaje sería que determinados sonidos pueden hacer referencia a proposiciones muy precisas. Por el contrario, los sonidos de la música serían en cierta forma naturales y podría decirse que: “la música parece significar lo que suena” (Cross, 2010) aunque el significado de esta suela ser ambiguo y no pueda ser expresado con palabras exactas.
Al respecto, investigadores de la Universidad de Sussex (Fritz et. al, 2009) realizaron un estudio transcultural como apoyo a esta tesis. En su investigación, estudiaron el reconocimiento de tres emociones básicas (felicidad, tristeza y miedo) presentes en diversas canciones occidentales por parte de los miembros de la tribu africana Mafa, que nunca habían tenido contacto con otras culturas y, por supuesto, nunca habían escuchado las canciones que se les presentaron. Los Mafas reconocieron las canciones como felices, tristes o que provocaban miedo, por lo que parece que estas emociones básicas también pueden ser reconocidas y expresadas a través de la música.
En resumen, una de las principales funciones de la música, en sus orígenes, pudo ser la inducción de estados de ánimo en otras personas (Cross, 2010), lo que puede servir para intentar modificar el comportamiento de los demás en base a unos objetivos.
Llevamos la música dentro desde que nacemos
Otro de los pilares de la música actual puede estar en la relación materno-filial. Ian Cross, profesor de Música y Ciencia e investigador de la Universidad de Cambridge, ha estudiado la edad de adquisición, por parte de los bebés, de la totalidad de las facultades que permiten la percepción musical, concluyendo que antes del primer año de vida ya han desarrollado estas capacidades al nivel de un adulto. El desarrollo del lenguaje verbal, por el contrario, será más dilatado en el tiempo.
Para hacer frente a esto, los progenitores del niño recurren a una peculiar forma de comunicación. Como describe Amodeo (2014), cuando una madre o un padre habla a un bebé lo hace de forma diferente a cuando establece una conversación adulta. Al hablar al recién nacido mientras se le mece de forma rítmica, se utiliza una voz más aguda de lo normal, usando patrones repetitivos, entonaciones un tanto exageradas y unas curvas melódicas muy marcadas. Esta forma de expresarse, que sería un lenguaje innato entre el hijo y la madre, ayudaría a establecer entre ambos una conexión emocional muy profunda. Los padres que en tiempos hostiles tuvieran esta capacidad verían facilitados los cuidados a sus descendientes ya que, por ejemplo, podrían calmar el llanto de un niño, evitando que pudiera atraer a los depredadores. Por ello, aquellos con esta habilidad pre-musical tendrían más probabilidades de que sus genes y sus características sobrevivieran y fueran propagados a lo largo del tiempo.
Martín Amodeo sostiene que los movimientos rítmicos y las vocalizaciones singulares que realizaba el progenitor darían origen al canto y la música. Además, la capacidad de los bebés para captar esto se mantendría a lo largo de la vida y permitiría que, en la edad adulta, pudiesen sentir emociones al escuchar una determinada combinación de sonidos, por ejemplo, en forma de composición musical. Este mecanismo de interacción materno-filial es común a todas las culturas, por lo que se considera universal e innato.
La música nos hace sentir más unidos
También existen teorías basadas en la función social de la música, ya que esta favorecería la cohesión del grupo. Para los antiguos humanos, la cooperación y la solidaridad en un ambiente hostil fue clave para la supervivencia. Una actividad grupal placentera como la producción y el disfrute de la música haría que el individuo segregase una alta cantidad de endorfinas, algo que ocurriría de manera conjunta si la melodía es escuchada por varias personas al mismo tiempo. Esta coordinación, al permitir la música la transmisión de sentimientos y emociones básicas, permitiría obtener un “estado emocional generalizado en todos los miembros de un grupo” (Amodeo, 2014).
Diversos estudios afirman que la interacción en grupo a través de la música favorece la empatía, consolida la identidad de la comunidad, facilita la integración en ella y, como consecuencia, mantiene su estabilidad (Amodeo, 2014). Un grupo cohesionado a través de actividades como la música, vería facilitada por tanto su supervivencia ya que promovería la cooperación entre grandes grupos de personas.
Aplicándolo también a nuestros días, la belleza de la música cuando se disfruta en grupo se sustentaría en dos factores. Por una parte, existe un factor biológico que nos permite elicitar emociones compartidas ante, por ejemplo, una misma canción. Esto favorece el sentimiento de filiación mutua (Cross, 2010). El segundo factor está basado en la ambigüedad de la música. Gracias a nuestras capacidades cognitivas tan complejas, el ser humano cuenta con la facultad de atribuir significados a lo que oye en base a su experiencia personal. Debido a esto, además de promover las emociones básicas, la música permite que cada persona dé una interpretación personal a lo que oye, ajustándola a su estado actual.
La práctica musical mejora nuestras capacidades cognitivas
El último factor que parece haber ayudado al desarrollo de la música como un factor cultural tan complejo es su capacidad para influir en otras habilidades cognitivas. Como casi cualquier habilidad que se aprende, el entrenamiento musical modifica el cerebro en sus funciones y estructura.
Además, existe una base sólida que indica que la formación musical tiene una influencia positiva en otros dominios como el razonamiento espacial, las matemáticas o la lingüística (Amodeo, 2014).
Parecidos en otras especies
Para finalizar, hay que mencionar que animales como las belugas y muchas aves han seguido procesos evolutivos análogos. Aunque la función principal del canto en muchos pájaros (y en algunos mamíferos marinos) sea comunicar estados o intentar influir en otros animales (por ejemplo, en el cortejo a través del canto o para marcar el territorio), parece ser que en ocasiones cantan únicamente por diversión. Además, algunas aves guardan un sentido estético e intentan realizar composiciones que, analizadas musicalmente, siguen ciertas reglas.
Conclusiones
Como conclusión, dado que la música parece ser algo tan natural como la vida misma, se debería favorecer el conocimiento de esta desde la infancia, a pesar de que lamentablemente haya perdido peso en el sistema educativo actual. Estimula nuestros sentidos, nos relaja, nos hace vibrar y nos une como especie, por lo que no están muy alejados de la realidad aquellos que la catalogan como el mayor patrimonio del que disponemos.
Referencias bibliográficas:
- Amodeo, M.R. (2014). Origen de la Música como un Rasgo Adaptativo en el Humano. Revista Argentina de Ciencias del Comportamiento, 6(1), 49-59.
- Cross, I. (2010). La música en la cultura y la evolución. Epistemus, 1(1), 9-19.
- Fritz, T., Jentschke, S., Gosselin, N., Sammler, D., Peretz, I., Turner, R., Friederici, A. & Koelsch, S. (2009). Universal recognition of three basic emotions in music. Current biology, 19(7), 573-576.
- Mithen, S.J. (2005). The singing Neanderthals: The origins of music, language, mind and body. Cambridge: Harvard University Press.