Cuando pienso en mi de pequeña, recuerdo a una niña feliz que bailaba y cantaba frente al espejo. La vida era bella y sentía que todo era una gran oportunidad para poder desplegar todo mi potencial.
El tiempo pasó y ciertas interacciones con mi familia, en mi colegio, y con algunos amigos, fueron apagando la luz en muchas de las actividades que me hacían ilusión. En mi casa, por ejemplo, siempre reconocían mi aptitud académica y mi buena conducta, pero también me recalcaban que los deportes no eran lo mío. En la urbanización donde vivíamos, las niñas populares jugaban al hockey y al tenis, pero yo me puse tan nerviosa en las pocas clases que tomé en ambas disciplinas que hasta los entrenadores se cansaron de mí y me disuadieron de seguir.
Poco a poco fui comprando el cuento de que no tenía ningún tipo de coordinación física. Me empecé a replegar cada vez que mis amigos se reunían para jugar algún deporte y me dediqué a los estudios. La conclusión que saqué es que nunca iba a ser una chica popular y que tenía que buscarme la aceptación de los demás siendo buena y aplicada.
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Los efectos de las creencias limitantes
Eso que yo elucubré eran creencias limitantes. Estas creencias son todas las ideas sobre nosotros que formamos y que en vez de expandirnos nos encogen y nos condicionan al intentar desenvolvernos libremente.
No suele ser fácil descubrir nuestras creencias limitantes, lo que es más habitual detectar es el síntoma o el malestar. Un primer paso es empezar a observar los comportamientos que nos mantienen estancados o pasivos en nuestra zona de confort.
Piensa en las veces en las que, en vez de tomar cartas en un asunto importante, no hiciste nada por miedo al rechazo o al ridículo. En la superficie, esa conducta se puede haber justificado como timidez o introversión. Detrás de ese proceder, seguramente hay una creencia limitante que te impulsó a no actuar, aun cuando era algo que te hacía falta. Las creencias limitantes se sienten tan reales que ni siquiera las interpelamos.
Lamentablemente, nos identificamos tanto con ellas que empiezan a definirnos.
Así vamos por la vida, convencidos que no tenemos lo que se requiere para hacer esto o aquello, y quedamos condicionados a hacer lo que nos resulta más conocido, cómodo, o seguro.
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El autosabotaje
Lo doloroso de las creencias limitantes no es solamente que nos impiden crecer, sino que muchas veces las compensamos con acciones que nos limitan aún más.
Tengo una clienta que me compartió lo difícil que le resultaba pasar exámenes cuando era pequeña. Con los años fue superándose, y hoy se siente relativamente satisfecha académicamente. Sin embargo, tiene un desafío que estamos trabajando. Cuando se reúne con sus compañeros siente que los demás siempre tienen algo más inteligente que aportar al debate. En presencia de sus pares, duda de si misma, entonces, o se paraliza o es servicial con los demás e incapaz de cuidar su propia energía.
Otro de mis clientes es un excelente profesional, pero él siente que no sabe mostrarse para vender sus servicios. ¿Cuál es su mecanismo de defensa? Trabaja hasta el cansancio, tiene tendencias perfeccionistas que lo agobian, y se obsesiona bastante con todo lo que tiene que hacer. Tanto exceso en su labor profesional le impide desarrollar los recursos que necesita para atender sus necesidades y darse a conocer.
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¿Cómo detectar nuestras creencias limitantes? ¿Cuál es su origen?
Presta atención a las historias que te cuentas y cómo lo haces. Este tipo de creencias muchas veces están formuladas en negativo, como en, “no se me dan bien las matemáticas” y por tanto son más fáciles de descubrir. Sin embargo, hay otras que tienen una connotación negativa pero que están formuladas en afirmativo como, “soy torpe socialmente”.
Lo que más puedo destacar desde mi experiencia es que la mayoría de las creencias tienen su raíz en dos miedos primordiales:
- No soy lo suficiente.
- No me querrán.
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Ejemplos de creencias limitantes:
Éstas se podrían clasificar en tres grandes grupos:
Carencias que creemos tener. Ejemplos:
- “No soy lo suficientemente guapo/inteligente/popular/simpática”
- “Ya soy demasiado viejo/joven para …”
- “No tengo alma de líder”
- “No tengo el empuje/la fuerza/la confianza”
- “El tren del amor ya pasó para mí”
Miedo al qué dirán o cómo los demás reaccionaran. Ejemplos:
- “Tengo que ser agradable para que me quieran”
- “Si pongo límites, no me querrán”
- “La autoridad no se cuestiona”
Falta de posibilidades o problemas en el mundo y en la cultura donde nos desenvolvemos. Ejemplos:
- “Es imposible que alguien como yo triunfe en este mundo”
- “Nací en la cultura equivocada”
- “Los estudios/el trabajo que me apasiona no se valora en esta sociedad”
¿Qué puedes hacer cuando te encuentras atrapado/a en tus propias creencias limitantes?
- Escribe, graba, o dibuja todo lo que haces o dejas de hacer respecto al tema que te frustra, paraliza, o agobia.
- Apunta las razones por las que actúas o dejas de actuar con aquello que te genera un conflicto interno. No lo edites, permítete fluir.
- Pausa, siente, y cuestiona la veracidad de lo que has escrito, grabado, o dibujado. Que sientas que algo es real no lo convierte en una verdad.
- Pregúntate con honestidad si estas creencias en realidad no te están evitando exponerte, intentar, o sentir emociones desafiantes. ¿Te ha servido de algo actuar así?
- Recuerda que no somos víctimas. Ser adulto trae consigo la responsabilidad de actuar. Desafía tu resistencia a salir de tu zona de confort.
- Re-encuadra lo que te cuentas. Por ejemplo, que no se me haya dado bien el hockey o el tenis no significa que no se me diera bien nada. Desde hace años hago yoga, baile, senderismo y bicicleta con destreza.
- Habla con un profesional sobre este tema y pídele que te ayude a ver la causa raíz de lo que te pasa, a cuestionarte y a adoptar una mentalidad empoderadora.
Puede que hayamos vivido muchísimos años limitándonos, pero cuando se caen los velos y despertamos del trance que nos ha limitado, nuestra capacidad de crecimiento es inconmensurable. El desafío es animarse a recuperar nuestro poder un día a la vez.