Fundamentalmente, el objeto de estudio de la psicología reside en la consciencia. Toda conducta humana, mental o física, tiene sus orígenes en la capacidad sensorial, perceptual y cognitiva de la mente humana, como una manifestación fenomenológica de aquello que llamamos consciencia, la cual es más como una actividad o función que un objeto en sí mismo.
Parece paradójico que siendo algo tan familiar e inherente al ser humano sea a la vez algo tan misterioso. Aunque la ciencia ha argumentado mucho sobre los correlatos de la consciencia y el cerebro, no logra responder por qué se da la consciencia, cuál es su origen, por qué algo así existe. Todos estos cuestionamientos podemos plantearlos porque hay consciencia, pero no hemos podido resolver por qué es así.
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La consciencia y los modelos de conocimiento
El modelo científico materialista parece insuficiente para comprender la consciencia más allá de los correlatos físicos que pueden ser observables y medibles, descartando con esto todo conocimiento introspectivo por considerarlo subjetivo.
Nos encontramos entonces con la disyuntiva básica del conocimiento, que valora lo objetivo sobre lo subjetivo, cuando son aspectos inherentemente relacionados. Si consideramos que las observaciones objetivas son alteradas por nuestras mediciones como un acto participativo, que además concurre siempre con lo subjetivo; por lo tanto, no puede haber objetividad absoluta, sino más bien una red de interacciones que se manifiestan en una dinámica fenomenológica (Wallace, 2008).
En este caso, ambas formas de conocimiento se correlacionan, lo que posibilita ampliar el panorama y la profundidad del conocimiento de la consciencia, valorando la información objetiva con el análisis y la introspección subjetiva, tomando este conocimiento introspectivo como una forma de empirismo pragmático, que permite, de primera fuente, el conocimiento de las cualidades y la naturaleza de la consciencia, lo que se perfila como un modelo empírico que puede darnos una perspectiva y una línea de investigación seria.
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La consciencia y los potenciales cognoscitivos
Puede ser que la probabilidad de consciencia en el universo no sea tan rara, pero sí lo es la capacidad que tenemos los seres humanos de ser autoconscientes, darnos cuenta de nosotros mismos, lo que nos lleva otra cualidad aún más rara y extraordinaria: la posibilidad de darnos cuenta de que somos conscientes. Es a través de esta capacidad que podemos lograr una mayor profundización en el conocimiento introspectivo de nuestra consciencia, trascendiendo las capas, estructuras y contenidos de la misma para descubrir la naturaleza basal que subyace a los condicionamientos.
Podemos entender esto como un proceso cognoscitivo que implica estados de atención particulares que regulan nuestra experiencia y la percepción para guiar nuestra capacidad cognoscitiva a la observación llana de las cualidades y funciones de la consciencia, no de sus estructuras y contenidos.
En términos psicológicos, el proceso cognoscitivo se da porque hay consciencia, y es a través de la experiencia sensorial y perceptual que se da el conocimiento. Este procesamiento experiencial dependerá en gran parte de nuestro estado de consciencia, disposición atencional y nivel cognitivo.
En suma, los distintos niveles de la realidad pueden vivenciarse o experimentarse de forma distinta en función de la dirección y amplitud de la atención y los estados de consciencia asociados (García-Monge Redondo, 2007). Con esta premisa podemos asumir que en nuestra experiencia con el entorno siempre hay consciencia, aunque los estados de consciencia y la direccionalidad de la atención no sean siempre los mismos, estos dos aspectos interactúan y se influyen estrechamente, por lo que orientando nuestra atención de determinada forma influimos en los estados de consciencia; de la misma manera al influir en nuestros estados de consciencia influimos también en nuestra habilidad cognoscitiva.
Al desarrollar nuestras capacidades cognoscitivas llevamos nuestro conocimiento a aplicaciones metacognitivas, es decir, darnos cuenta de que conocemos y tener la posibilidad de hacer algo con esa habilidad y la forma en que conocemos, potencializando de esta manera nuestras capacidades cognoscitivas y nuestra consciencia.
En este sentido, en el conocer está el desarrollo de la consciencia, pero no en un sentido de acumular conocimiento, sino de entendimiento de la consciencia misma. Desde este punto de vista, la conciencia se desarrolla a sí misma a través de conocerse a sí misma. Esto podría aplicarse a otras formas de evolución no sólo biológicas, sino psicológicas, como lo es el conocimiento en cuanto a la capacidad y potenciales de la consciencia y su implicación en el desarrollo de la persona. Este desarrollo se da a través de las experiencias que se presentan a lo largo de nuestra vida, partiendo desde la noción de existir.
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Existencia e identificación: el condicionamiento de la consciencia
La existencia, ex-sistere, se refiere etimológicamente a “estar fuera de”, lo que hace referencia a una separación, que bien puede entenderse como un aspecto fenomenológico de la manifestación del ser, una manifestación del Principio inmanente y trascendente de todo lo que existe (Benoit, 1955). La existencia comporta una dicotomía en este sentido, estar, como estado del ser, pero fuera de, lo que en la existencia humana se percibe como bienestar y malestar a la vez, por un lado poseemos algo, pero por otro carecemos de algo. Esta dualidad se manifiesta en el sentir del ser humano como ansiedad existencial o angst, la cual comprende una emoción trascendente de angustia por la vida que implica la esperanza.
Esta situación provoca un estado de desequilibrio, y por consiguiente el impulso de búsqueda de la complementariedad, llenar el vacío, neutralizar o buscar el equilibrio, impelido por una sensación de carencia o de insuficiencia. Esta angustia es compensada a través de las identificaciones, con las cuales el individuo busca reafirmar progresivamente la coherencia de su existencia en una identidad, la cual queda consolidada en etapas avanzadas del desarrollo, de tal forma que el cambio es interpretado como una amenaza de aniquilación, limitando el reconocimiento de cualidades trascendentales del ser, a lo que Benoit se refiere en los siguientes términos:
“El intelecto humano se desarrolla progresivamente, de tal manera que es capaz de procurarse de manera ilusoria, y siempre provisional, la pacificación de las afirmaciones egóicas, antes de ser capaz de percibir en su plenitud el ‘sistere’; es decir, antes de ser capaz de percibir la emanación del Principio, al cual está ligado por filiación directa, y que le confiere de la naturaleza misma del Principio y sus infinitas prerrogativas.” (Benoit, 1955).
El Principio al que hace referencia Benoit corresponde al estado natural de las cosas, en este caso, al estado basal de la consciencia, la base natural del potencial consciente, de donde emergen y se fundamentan todos los contenidos, constructos y estados de la consciencia. Cuando el ser humano es capaz de la identificación del Principio o su consciencia basal, su identidad ya está firmemente arraigada y condicionada a las afirmaciones egóicas de su historia personal, lo que dificulta el reconocimiento de su estado natural o el origen del sistere, el ser. La valorización de la existencia se consolida entonces en las condiciones relativas del ego, su existencia personal e individual; desconociendo su relación común con el origen, el Principio, el cual le confiere de una existencia universal y anónima.
“La aceptación de la relativa realidad de la existencia, puede hacer posible la identificación con el Principio o el estado natural que fundamenta al ser, reconociéndose entonces como un microcosmos que es resultado de un macrocosmos universal. Este reconocimiento es lo que en el Zen se refiere a ver en la propia naturaleza de uno” (Beniot, 1955).
Esto es posible en un proceso de desarrollo en expansión de la consciencia que comienza con el autoconocimiento, evolucionando de la desidentificación de los estados primarios a la identificación que implica estratos cada vez más amplios; así como el consecuente discernimiento de los convencionalismos y de la realidad que los trasciende. Esto es, el reconocimiento de la realidad última e indiferenciada, subyacente a la realidad de los convencionalismos que condicionan al individuo. En este caso, el individuo puede reconocer su existencia como la primera causa de la totalidad de sus acciones y su fenomenología, y puede reconocer a la vez la base de origen de donde proviene.
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El modelo contemplativo
La contemplación es una actividad consciente que posibilita el conocimiento de aspectos más profundos de la realidad experiencial. La palabra "contemplación" se ha usdo de varias maneras a lo largo de los años. Hay una referencia al término latín contemplatio, que proviene de contemplari, la acción de observar atentamente. El término griego theoria es homólogo del latin contemplatio, refiriéndose al conocimiento y clarificación de la verdad, lo que nos remite a la acción de observar y conocer.
La acción de contemplar podemos definirla con la siguiente referencia:
"Significa la acción y el resultado de mirar algo con atención y admiración, por ejemplo, un espectáculo interesante. De este modo, el significado original del término contemplar encierra un triple contenido: el mirar, pero hacerlo con atención, con interés, lo que involucra una dimensión afectiva de la persona. Dicho interés procede de la relación intrínseca con la realidad contemplada. Este mirar comporta una presencia o inmediatez de dicha realidad" (Belda, 2007).
Podemos entender el mirar de la contemplación como un proceso cognoscitivo que provee de un conocimiento directo e intuitivo de la realidad, siendo éste una cualidad natural de la consciencia en que se torna totalmente receptiva y clara en relación con la realidad inmediata.
El primer elemento de la contemplación, según Pieper, es la “percepción silenciosa de la realidad” que parte de la intuición, siendo ésta, sin lugar a dudas, la forma perfecta del conocimiento. Por la intuición se conoce lo que está, de hecho, presente (Pieper, 1966). Esta es una forma de percepción que se da a través de ser consciente del presente inmediato, sin la interpretación conceptual, lo que hace referencia al silencio, y que posibilita un conocimiento receptivo y experiencial.
Esta forma de conocimiento es desarrollada principalmente, pero no exclusivamente, por las tradiciones contemplativas. Usualmente pensamos en religiones o filosofías organizadas y evocamos una vida de claustro; sin embargo, la disciplina contemplativa no incluye necesariamente una conexión de esta índole. Siendo la contemplación una forma de percepción y de conocimiento, se practica también en la vida secular, sin estar tampoco vinculada a una corriente filosófica o psicológica en particular.
El fundamento de las tradiciones contemplativas es la orientación metodológica en un proceso de desarrollo del individuo a través de etapas orientadas a la realización de valores e ideales humanos. Sin embargo, el desarrollo de las capacidades humanas trasciende ideologías y filosofías, asentándose en el quehacer humano como parte de su vida experiencial, donde nuestras actitudes son determinadas por la forma en que interpretamos y percibimos, pero sobre todo por nuestra consciencia de ser, lo cual es entendido a través de la contemplación. El proceso contemplativo parte de un sentido de sí mismo que conlleva un sentido de responsabilidad por la propia existencia y sus correlaciones, orientando al individuo de manera natural a la realización y actualización de los valores humanos y sus potenciales.
Es a través de la contemplación que la consciencia trasciende las demarcaciones de nuestra mente habitual -interpretativa y condicionada- para acceder a una forma de conocer, o saber, en conexión directa con nuestra realidad inmediata. El conocimiento que se genera en los estados contemplativos no es un conocimiento estático ni conceptual, tampoco puede decirse que sea una acumulación de datos, es más bien un saber dinámico y estrictamente experiencial, que lleva el conocimiento a niveles profundamente significativos, pues es una forma de conexión consciente con la realidad contemplada.
La actitud contemplativa y la atención
Podría parecer complejo el acercarse a la contemplación desde lo descrito en un texto, y creo que no sería lo más adecuado, ya que lo descrito aquí sigue siendo conceptualización. Tan sólo es una indicación, no la contemplación en sí misma. Pero evoquemos la experiencia y el sentido común; todos, en algún momento, hemos vivido una experiencia contemplativa en algún nivel, en donde la mente experimenta apertura, receptividad y claridad. Esto puede ocurrir de manera espontánea o inducida.
Podemos recurrir a las experiencias en donde hemos sentido arrobamiento, admiración o asombro por lo que observamos. Por unos momentos no hay diálogo interno, sólo estamos en la experiencia de manera significativa, puede ser cuando admiramos un paisaje, las estrellas, el nacimiento de un bebé, atendiendo una obra de arte, al encontrar una solución a un problema, al entendimiento de alguna realidad, en algún proceso creativo; o puede ser también, en las situaciones más ordinarias y rutinarias de nuestra vida, esto es porque la contemplación no se limita solamente a las circunstancias o factores ambientales, sino que proviene de una actitud de la mente, en donde ésta se torna abierta, receptiva y clara, como una ventana abierta que permite la entrada al viento a una habitación que lleva mucho tiempo cerrada.
Para acceder a la contemplación requerimos de una primaria disposición para observar. Simplemente ver lo que sucede, para eso debemos desligarnos de las preconcepciones propias del observador, correr los velos y observar llanamente; esto implica más dificultades de las que aparenta, pues pronto descubrimos que nuestra mente está constantemente interpretando. Este es uno de los obstáculos primordiales para la contemplación.
La mente interpretativa no es un medio hábil para contemplar, pues estaremos interpretando la realidad y proyectando en ella el conocimiento preconcebido y condicionado, con creencias y preferencias, terminando por hacer un intento reflexivo que más bien termina siendo un eterno diálogo interno.
En este proceso podemos observar lo que sucede en nuestra mente sin alentarlo ni rechazarlo, sino conociendo qué es lo que sucede en ella; empezamos entonces a generar una actitud contemplativa hacia nosotros y la manera en que nos comportamos. Esto implica características esenciales como la quietud y la apertura a la experiencia, donde hay una ausencia de interpretación y de conceptualización, donde no predomina el acto de pensar, sino la consciencia presencial. Se requiere dirigir nuestra atención de manera estable y precisa, lo que comporta una parte importante y primordial del entrenamiento contemplativo, ya que es en la atención donde se fundamenta la contemplación.
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Las implicaciones de la contemplación en la psicología
La contemplación, siendo una cualidad de la consciencia a través de la cual se propicia la percepción y el conocimiento de nuestra realidad personal de manera particularmente profunda, es una forma que implica una conexión con el ser y su estar, resolviendo en gran parte el conflicto de ansiedad que implica la condición existencial.
La comprensión y el conocimiento generados a partir de la contemplación se manifiesta en la vida y el sentido que se tiene de la misma, lo que se denomina Weltanschauung (De Witt, 1991) el desarrollo de una visión o actitud hacia la vida en su totalidad y su relación con nuestra propia existencia, o lo que Yalom considera como la responsabilidad existencial, donde la percepción y la apreciación de la naturaleza de nuestra existencia, su impermanencia y sus relaciones permiten una valoración profunda que implica una responsabilidad hacia nosotros mismos. En este sentido las implicaciones psicológicas son vastas, pero esto nos remite al cuestionamiento que plantea De Witt: ¿Puede la psicología contemplativa llamarse “científica” en un sentido académico?
“En concordancia con la experiencia de las tradiciones contemplativas podemos asumir que la psicología descrita a través de la contemplación contiene conocimientos exactos y confirmables a través de la experiencia introspectiva. La inteligencia humana y las formas de conocimiento y entendimiento no se remiten únicamente a la metodología científica, incluye también el orden empírico a nivel personal” (De Witt, 1991). Esto involucra diversos planos de la experiencia personal, como es el sensorial, el intelectual y el afectivo. La psicología contemplativa se interesa entonces en el conocimiento y desarrollo en el estrato experiencial de la persona, en como podemos entender la vida humana inteligentemente desde una perspectiva empírica y sensitiva.
Este estado de consciencia pasa por varios procesos psicológicos senso-perceptuales y cognitivos que generan insights sobre nosotros mismos y la naturaleza de nuestra consciencia, su interrelación con el medio y nuestros impulsos comportamentales.
La psicología contemplativa se deriva del estudio de dichos procesos y los estados de consciencia relacionados con la experiencia contemplativa y las posibilidades de desarrollo que implica.
- Benoit, Hubert. 1990. Zen and the Psychology of Transformation.
- De Witt, Han F. 1991. Contemplative Psychology. Duquense University Press.
- González Garza, Ana María. 1989. Colisión de Paradigmas. Ed. U. Iberoamericana, Departamento de Desarrollo Humano.
- Groff, Stanislav. 1988. La Evolución de la Conciencia. Ed. Kairós.
- Manuel Belda, Prof. de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, Roma, 2007.
- Rodríguez Bornaetxea, Fernando. 2007. Psicología y Conciencia. Ed. Kairós.
- Velmans & Schneider. 2007. The Blackwell Companion to Consciousness. Ed. Blackwell.
- Wallace, Alan. 2007. Contemplative Science. Ed. Columbia.
- Wallace, Alan. 2008. La Ciencia de la Mente. Ed. Kairós.