Es nuestro día a día en la consulta que, sufran de depresión, ansiedad, estrés postraumático o estrés laboral, todas las personas que nos demandan ayuda tienen pensamientos negativos o desagradables sobre sí mismas. Estos pensamientos son del tipo “no hago lo suficiente”, “soy estúpido/a”, “no puedo conseguirlo”, etc.
La escuela de la psicología positiva manda este mensaje, “si piensas bien, te sentirás bien”, como un mantra que, si no tienes en cuenta el contexto y tus circunstancias, cumplirá con el propósito de ser feliz. Si bien esta escuela ha evolucionado y, actualmente tiene referentes muy valiosos, en gran parte de la población persiste la idea de que no hay que permitir la entrada de pensamientos desagradables y, automáticamente la transformación ha de ser hacia pensamientos de valor hacia uno/a mismo. Ante esto cabe preguntarse: ¿si no permites fluir lo desagradable, como lo llegas a transformar?
En este artículo, expondré las funciones de los pensamientos negativos y las consideraciones sobre cuándo hay que prestarles atención y cuándo hay que pedir ayuda profesional al respecto. En una frase la respuesta sería, siempre hay que prestar atención.
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Los pensamientos negativos y la anatomía cerebral
Los pensamientos se generan en el cortex prefrontal, una de las zonas cerebrales más especializadas del ser humano. Todo pensamiento trata de gestionar una emoción, que nace como una cascada imparable desde zonas más profundas del cerebro, concretamente del sistema límbico. Esto quiere decir que primero sentimos y luego pensamos. Tal como dijo Benjamín Libet, “800 milisegundos antes de tomar una decisión se han desencadenado potenciales eléctricos en zonas límbicas del cerebro”.
Ante sentimientos desagradables (ira, culpa, tristeza, miedo…), el cerebro racional necesita interpretar qué ha ocurrido, y necesita su tiempo. Como es lógico, parte del pensamiento irá dirigido a "¿Qué he hecho yo para solucionar el problema?" Ahí es donde hacen su aparición estos pensamientos; es decir, si los sentimientos no se canalizan ni se solucionan, la propia interpretación será del tipo “no soy capaz” y aparecerán los mensajes autodespreciativos.
Aunque este artículo me centre en los pensamientos negativos hacia uno mismo, es importante destacar que lo mismo ocurre cuando los pensamientos negativos y automatizados se dirigen hacia los demás o al mundo. La diferencia radicaría en que el tinte del mensaje ya no estaría impregnado de miedo o culpabilidad, sino de ira o resentimiento. En resumen, es importante aprender a separar la percepción de nosotros mismos frente al de los demás o el mundo.
El lenguaje construye una realidad, pero también la representa
Si nos mantenemos fijados en una forma de hablar o de pensar, lo habitual es que esto modifique nuestra percepción y, toda información que nos entre (lo que veamos, escuchamos, sintamos) irá condicionado por esa forma de hablar o pensar.
Si por ejemplo, tu forma de pensar es “me sale todo mal, no hago nada bien”, en el momento que desarrolles una actividad con éxito, tu propio sistema perceptivo le pondrá la tilde en que “has tenido suerte”, no en la habilidad personal. Esta forma de pensar y percibir la realidad dificultan el aprendizaje para crecer y desarrollarse.
También es cierto que la situación ambiental es importante y que no siempre tomamos buenas decisiones al a hora de interactuar con ella, por lo que los pensamientos negativos ahí pueden tornarse como un análisis muy interesante del tipo "¿qué debería cambiar para que no ocurriera de nuevo?". Volviendo al ejemplo anterior, si ante el fallo en una tarea, distingues que la falta de tiempo y la presión de otros ha jugado un papel en esa sensación de fracaso, se te hará más fácil separar “lo que soy capaz de hacer” de lo que “he podido hacer”.
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Cuando los malos pensamientos son funcionales
Cuando hay flexibilidad mental, te permites aprender de los errores y dejas fluir pensamientos desagradables sobre ti mismo que te ayudan a aprender y no a fustigarte.
Para que desarrolles esta flexibilidad es importante tener un espacio íntimo y seguro (en casa, en el pueblo, en la montaña, etc.) donde poder despejarte y concederte ese tiempo de reflexión, que también es una forma de quererte. El aprendizaje ha de llevar a la satisfacción, aunque el camino sea empedrado y arisco.
Cuando los malos pensamientos son disfuncionales
Cuando hay rigidez mental, puedes ser como una viga de hierro, tratando de cualquier manera que nada te doblegue ni te debilite. El problema es cuando algo o alguien consigue “doblarte” y una de dos, o es muy difícil y doloroso volver a enderezarte, o vives un efecto “rotura de cristal”, sintiendo que te divides en mil pedazos y pierdes la esperanza.
Tal como hemos dicho antes sobre el lenguaje, todo se condiciona, o eres duro, o te aíslas para que no te rompas. Desde ese punto de vista es muy difícil volver a darte una oportunidad.
Si los pensamientos te bloquean, se repiten incesantemente, no te permiten aprender, e incluso la misma situación que genera el problema vuelve a aparecer una y otra vez sin cambios, es momento de llamar a un profesional y pedir ayuda.
Autor: Juan Fernández-Rodríguez Labordeta, psicólogo en Terapéutica en Alza.