Todos hemos sentido miedo alguna vez, una emoción totalmente normal, básica y fundamental para nuestra supervivencia. No solo la presentan los seres humanos, sino también el resto de mamíferos y la mayoría de los vertebrados.
Sentimos miedo cuando hay una amenaza cerca, algo que podría hacernos mucho daño. Así, si no fuera por esta emoción, muy difícilmente podríamos vivir. Quien no evita lo que le puede hacer daño, acaba muy perjudicado o, peor, muerto.
¿Qué es exactamente el miedo? A esta cuestión vamos a responder a continuación.
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¿Qué es el miedo?
Si bien sigue siendo un tema de debate, se asume desde la psicología experimental que el ser humano posee seis emociones primarias, aparentemente codificadas en nuestro código genético y llamadas universales: alegría, sorpresa, ira, tristeza, asco y, la que nos ocupa hoy, el miedo. No son las únicas emociones, pues cada cultura tiene un repertorio emocional particular, evidenciado en un vocabulario específico para según que emociones que otras lenguas parecen no poseer (p. ej., saudades portuguesa, Sehnsucht alemana, morriña gallega…).
El miedo es una emoción básica y primaria, presente en todas las culturas del planeta. Y no solo la encontramos en la especie humana, sino también se puede hallar en el resto de mamíferos, además de otras especies animales. Esto tiene mucha razón de ser pues, desde una perspectiva evolucionista, es el miedo lo que hace que sobrevivamos, que evitemos aquello que nos hace daño. Es una emoción incómoda, desagradable de sentir, pero necesaria para evitar morir, básicamente.
Si no sintiéramos miedo muy difícilmente podríamos sobrevivir en un mundo en el que, por mucho que no sea el caso de las personas que vivimos en sociedades desarrolladas, estamos rodeados de todo tipo de amenazas. Antaño, en tiempos del Homo sapiens prehistórico, seres humanos que vivían en contacto con la naturaleza y a su total merced, tener miedo era absolutamente necesario. El hombre que no tuviera miedo, era hombre muerto.
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¿Para qué sirve esta emoción?
Si bien ya lo hemos sugerido en el apartado anterior, lo volvemos a repetir: el miedo, el “sano”, sirve para sobrevivir. A pesar de este hecho, en nuestra sociedad se tilda al miedo, junto con emociones como la ira y el asco, como negativas y, por lo tanto, deben ser evitadas a toda costa. El miedo se vincula con la infelicidad y, como se nos bombardea con la idea de que debemos estar felices a todas horas, el miedo es una debilidad a erradicar. Sin embargo, esta visión se podría calificar como antinatural. Si el miedo se encuentra en todas las culturas del mundo e, incluso, en otras especies, será por algo.
El miedo es un mecanismo adaptativo, algo que nos sirve para identificar posibles amenazas y huir antes de darles la oportunidad de que nos hagan un daño real. Nos sirve para reaccionar rápidamente ante situaciones potencialmente peligrosas. Esta amenaza no tiene por qué ser únicamente física, dañina para nuestro cuerpo (p. ej., el ataque de un león), sino que también puede implicar una amenaza psicológica, atacando nuestra autoestima o autoconcepto.
Así pues, aunque desagradable, el miedo cumple con la función de protegernos de posibles amenazas, lo cual en sí mismo se puede concebir como algo positivo. Nos ayuda a alejarnos de un peligro para el cual no estamos preparados o no tenemos la posibilidad de salir victoriosos en caso de que nos enfrentemos a ello.
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¿Cuándo se convierte el miedo en un problema?
La mentalidad actual sobre las emociones es que, aunque haya algunas más agradables que otras, estas no se deben concebir en términos de “positivas” y “negativas”. Todas ellas son positivas en tanto que son adaptativas. Sentirlas siempre es positivo pues nos son útiles y debemos sentirlas con libertad en vez de reprimirlas o tratar de controlarlas. Pero, al igual que sucede con el resto de las emociones, puede pasar que el miedo se convierta en un problema, un síntoma de un proceso psicopatológico.
El miedo se vuelve en problemático cuando nuestras creencias e interpretaciones hacen que lo sintamos de manera exagerada y disfuncional, haciendo que lo que ocurre a consecuencia de sentir ese miedo sea mucho peor de lo que ocurriría de no sentirlo. Es decir, que no nos ayuda, sino más bien se convierte en algo desventajoso y desadaptativo. De suceder esto, estaríamos hablando de un trastorno mental o, como mínimo, un problema psicológico.
Un contexto en el que el miedo es claramente problemático lo tenemos como síntoma de muchos trastornos de la ansiedad, en especial con las fobias. Si bien en algunas de ellas lo que provoca el miedo patológico tiene cierto sentido a ser temido, lo cierto es que hablamos de fobia cuando la reacción fóbica, el miedo, es más grave de lo que la amenaza es supuestamente.
Las fobias se dividen principalmente en tres grandes grupos.
Fobias específicas
Las fobias específicas, como su nombre sugiere, es tenerle miedo a algo en concreto. Este “algo” puede ser una situación, animal, sangre o fenómenos meteorológicos, entre otros. Algunos ejemplos:
- Aracnofobia: miedo a las arañas y artrópodos similares.
- Cinofobia: miedo a los perros.
- Dentofobia: miedo al dentista.
- Coulrofobia: miedo a los payasos.
- Tripofobia: miedo o asco a patrones repetitivos.
- Turofobia: miedo irracional al queso.
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Fobia social o trastorno de ansiedad social
En este trastorno de ansiedad el síntoma estrella es un miedo persistente a una o más situaciones sociales por temor a que el sujeto se encuentre inmerso en una situación embarazosa. Las personas que tienen este tipo de miedo le temen a dar charlas en público, fiestas, iniciar una conversación o comer y beber en público.
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Agorafobia
Aunque socialmente entendida como el miedo a los espacios abiertos, lo cierto es que esa idea no se corresponde del todo con lo que es la agorafobia. Este trastorno implica un miedo patológico a encontrarse en una situación en la que el paciente cree que, en caso de sufrir algún problema, no pueda ser socorrido ni escapar de ella. Así pues, las personas con agorafobia no le temen sólo a encontrarse en espacios abiertos con grandes multitudes, sino que también pueden tener miedo a quedarse solas en su casa y, por poner un ejemplo, estar comiendo, atragantarse y que nadie les pueda ayudar.
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Conclusión
Como hemos visto, el miedo es una emoción básica y fundamental para nuestra supervivencia. No podemos vivir sin miedo. Pese a que se nos haya dicho lo contrario, que el miedo trae la infelicidad, lo cierto es que nuestra felicidad y bienestar depende mucho de él, pues no temerle a cosas que nos podrían hacer daño es correr el riesgo de que nos puedan afectar. El miedo nos ayuda a evitar los peligros que la vida nos depara, siempre y cuando sea un miedo funcional. Si, por el contrario, el miedo nos priva de oportunidades y nos hace más mal que bien, es entonces cuando debemos alejarlo de nuestra vida.
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